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La maternidad, un don y una vocación

(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano

 

Aunque nos estamos habituando a que la pandemia de covid-19 atropelle las grandes celebraciones de este año 2020, el Día de la Madre por su esencia, no puede pasar inadvertido pues "todas las personas deben la vida a una madre y casi siempre le deben mucho de la existencia sucesiva, de la formación humana y espiritual".[1]

Ciertamente, no será lo mismo celebrar de larguito este día, dadas las directrices del distanciamiento social que rigen para este tiempo, pero eso no es obstáculo para manifestar, al menos con una llamada, el amor y la cercanía, en particular, a las madres con factores de riesgo o aquellas que se encuentran distantes.

Sin pretenderlo, el coronavirus  pone en aquel lo acostumbrado para esta celebración, lo que no impide expresar el reconocimiento merecido a esas mujeres que han vivido con firme convicción y santo orgullo su vocación de ser madres que, como dice el Santo Padre, "no significa solo traer un hijo al mundo, sino una elección de vida: la elección de dar la vida".[2]

Y es que la maternidad es, ante todo, un don de Dios y una verdadera vocación para la mujer, por mucho que algunos, desde sus puestos de poder y al servicio de imposiciones ideológicas, se empeñen en presentarla como un constructor social que subyuga y vulnera la esencia femenina al relacionarla sólo con la procreación y la crianza o, aún más, "como un pretexto para la explotación de la mujer y un obstáculo para su plena realización."[3]

El Gobierno de la República, a través del Instituto Nacional de las Mujeres (INAMU), por ejemplo, insiste en  la maternidad como un obstáculo para el desarrollo de otras áreas de la vida de la mujer y, a la postre, un factor más que potencia la discriminación y la desigualdad entre  varón y  mujer, al afirmar: "Esta situación del "nacer y ser" para estar al servicio de otros, invisibilizando las necesidades y expectativas propias, coloca a las mujeres en un alto riesgo, ya que si no se cuestionan estos mandatos y se toman acciones para su replanteamiento, tanto desde la individualidad como en la colectividad "pueden crear condiciones en detrimento de su autonomía y el desarrollo personal, e incluso afectan la salud física, emocional y mental, en lugar de constituirse en vivencias de aprendizaje y enriquecimiento."[4]

Como Iglesia, no podemos permitir que la maternidad, y las madres como tales, sean manipuladas por ese lenguaje equívoco y discriminatorio, antes bien, debemos insistir en la belleza de la maternidad desde el momento de la concepción: "A cada mujer embarazada quiero pedirle con afecto: Cuida tu alegría, que nada te quite el gozo interior de la maternidad. Ese niño merece tu alegría."[5] Sin duda, "una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana, porque las madres saben testimoniar siempre, incluso en los peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza moral."[6] Aunque no puedo dejar de recordar, que un hijo es un regalo de Dios, no un capricho que se debe alcanzar a costa de todo.

Mi saludo sincero y afectuoso, mi especial bendición para todas las madres. Pienso en las preocupaciones que atribulan sus corazones en este tiempo, especialmente, en aquello que se relaciona a la salud, al trabajo y al sustento de sus hijos.  Cuántas jefas de hogar están en estos momentos sin poder dar el sustento a sus hijos. Gracias por su empeño y generosidad, por lo que aportan a su familia, en todo momento y con todo el corazón. 

Que María Santísima, Madre de Jesús y madre nuestra, en la advocación de Asunta al Cielo, interceda por ustedes, siempre dispuestas al sacrificio por sus hijos y que ella, que entiende desde dentro sus alegrías y penas, les permita ver con ojos de esperanza, este tiempo de cruz.



[1] Papa Francisco, 2015

[2] Ídem

[3] XIV ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA, RELACIÓN FINAL DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS AL SANTO PADRE FRANCISCO, Ciudad del Vaticano, 24 de octubre de 2015

[4] INAMU, Tercer Estado de los Derechos Humanos de las Mujeres en Costa Rica, Capítulo IV, 2019

[5] Papa Francisco, Amoris Laetitie, n.171

[6] Idem, n.174