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Iglesia

Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

Comentario de Mons. Daniel Francisco Blanco, Obispo Auxiliar de San José


Celebramos con gran alegría la solemnidad del Cuerpos y la Sangre del Señor, fiesta que conocemos como Corpus Christi.

Esta fiesta surge en la historia como una necesidad de dar culto a la Eucaristía, y decir públicamente que el cristiano-católico profesa que en las especies consagradas está presente Cristo, en su cuerpo, alma, sangre y divinidad. Ante una herejía que negaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía, nace en el Siglo XIII la celebración de una procesión por las calles para manifestar y testimoniar la fe en Cristo presente realmente y sacramentalmente en las especies consagradas.

Por esto, hoy es un día que nos debe llevar, de la mano con las lecturas que se han proclamado, a renovar nuestra fe en Jesús Sacramentado y a testimoniar esta fe en la realidad actual.

Jesús en el discurso del Pan de Vida, de donde es tomado el texto del evangelio que hemos escuchado, hace referencia al «maná que comieron sus padres en el desierto» y la primera lectura del libro del Deuteronomio, presenta a Moisés recordando los cuarenta años del desierto, momentos de dolor, de sufrimiento, de soledad y de muerte. En este camino Dios sale al encuentro de su pueblo para mostrarles su misericordia sacando agua de la aridez de la roca y alimentándolos con el maná.

El maná, para el pueblo judío, es por tanto, signo de la misericordia de Dios que los cuidó por el desierto y signo de la Alianza, porque Dios los ha cuidado son el pueblo de la Alianza, el pueblo que YHWH ha escogido como heredad.

Jesús dice que él es el «Pan bajado del Cielo, no como el maná que comieron sus padres y murieron, sino que el que come de este pan vivirá para siempre». Jesús se presenta como un alimento superior al maná, su carne y su sangre, pan vivo bajado del cielo, alimenta al creyente para llevarlo, ya no por el desierto hasta la tierra prometida, sino para llavarnos, peregrinos en este mundo, hasta la eternidad del cielo.

El pan bajado del cielo, la carne ?verdadera comida- y la sangre ?verdadera bebida que Jesús nos da como alimento, es el pan y el vino que por la acción sacramental se convierten en el cuerpo y la sangre del Señor. El cuerpo y la sangre que se entregan cruelmente en la Cruz el Viernes Santo, pero que en cada Eucaristía, actualizándose de forma incruenta aquel sacrificio de la Cruz, se nos da para alimentarnos, fortalecernos y acompañarnos en el desierto de la vida y llevarnos a vivir la misma vida de Cristo con quien nos unimos íntimamente al comerlo sacramentalmente. Por eso la celebración eucarística y la comunión eucarística son anticipo de la vida gloriosa que el Señor nos ha prometido.

Además de esta verdad de fe tan hermosa que nos ha regalado el texto del Evangelio, San Pablo en la Segunda Lectura, tomada de la Carta a los Corintios, nos hace considerar otro elemento importantísimo que la Eucaristía regala a la comunidad de fe, esto es la comunión.

El pan y el vino consagrados nos unen a Cristo y nos unen entre nosotros. En medio de lo distintos que somos todos los bautizados, el Pan que es uno, porque Cristo es uno, se parte y se reparte entre nosotros para alimentarnos y para unificarnos. Nos une en medio de las diferencias... diferencias que no nos separan ni dividen, sino que nos fortalecen para construir comunión y poner esas diferencias al servicio de la construcción del Reino, donde nadie sirve para todo y todos servimos para algo.

Reitero la razón por la que nació la fiesta que hoy celebramos: dar testimonio al mundo que los cristianos-católicos creemos que en las especies consagradas está presente Cristo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

¿Cómo podemos dar testimonio de nuestra fe en la Eucaristía hoy, cuando están los templos cerrados y no podemos participar de la misa más que por los medios tecnológicos?

El llamado de Pablo en la Segunda Lectura hoy se hace más actual y necesario. Digámosle al mundo que creemos en Jesús Sacramentado, porque aun en medio de esta situación actual, buscamos la unidad en medio de la diversidad. Porque el ser distintos nos fortalece para ser cercanos a quienes más están sufriendo, porque poniendo cada uno nuestros distintos carismas al servicio del Reino, nos permitirá sobrellevar las consecuencias de esta pandemia de manera solidaria, preocupándonos y ocupándonos los unos por los otros y porque estos dones que de forma tan distinta y tan necesaria el Señor suscita entre nosotros, si los ponemos al servicio de los hermanos y por tanto de la comunidad, nos permitirán, gradualmente como se nos ha propuesto, ir retomando la normalidad de esta parte tan importante de nuestra vida de fe, como es la vivencia sacramental en comunidad.

También, estos días que no hemos podido acercarnos a la comunión eucarística, nos deben llevar a dar testimonio de nuestra fe en Jesús Sacramentado, comprometiéndonos a que cuando podamos volver a celebrar juntos la eucaristía, valoraremos aún más este regalo y privilegio que tenemos de poderlo hacer diariamente. Muchos hermanos católicos no pueden hacerlo, porque por situación geográfica, escasez de clero o persecución, viven su vida sacramental cotidianamente, como la hemos vivido nosotros estos últimos meses. Que nunca nos habituemos a tratar con lo más sagrado que nos ha dejado el Señor, que es ÉL MISMO presente en las especies eucarísticas, que nunca nos habituemos, al contrario, que siempre nos sorprendamos ante el amor inmenso que Dios nos ha tenido al quedarse en la Eucaristía.

Que el culto público que tiene como finalidad la celebración del Corpus Christi y que no hemos podido realizar con la majestuosidad que hubiéramos querido, hoy lo realicemos comprometiéndonos a esto, a trabajar por construir más la unidad entre nosotros y a valorar más el regalo inconmensurable que es la celebración de la Eucaristía.