Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
Este mes de octubre, de
manera especial somos invitados a solidarizarnos a través de la oración y de la
colaboración económica, con tantos hermanos que entregan su vida día a día, llevando
la Buena Noticia a los que todavía no conocen al Señor.
Pero, igualmente
se nos recuerda que, desde el día de nuestro bautismo, todos hemos sido enviados
por la fuerza del Espíritu, mediante este urgente mandato: "Vayan, pues, y
hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a cumplir todo lo que yo les
he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de
la historia."
Acojamos
con verdadero gozo lo manifestado por el Papa León, en su primer saludo,
tras su elección, al manifestar su deseo de caminar "como Iglesia unida,
buscando siempre la paz, la justicia, tratando siempre de trabajar como hombres
y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo, para proclamar el Evangelio, para ser
misioneros". "Por tanto, fija nuestra mirada en el mismo Jesús que llamó a los
doce, y comenzó a enviarlos de dos en dos; y les dio autoridad sobre los
espíritus inmundos". No debemos
perder de vista que el encargo misionero se realiza en comunión y no en la
dispersión, porque somos Pueblo de Dios. En un mundo tan dividido estamos
llamados a ser signo de unidad y cercanía.
Somos
misioneros cuando asumimos nuestra identidad y vocación misionera en el mundo,
como manifestó el Papa Francisco: "Más allá de que nos convenga o no, nos
interese o no, nos sirva o no, más allá de los límites pequeños de nuestros
deseos, nuestra comprensión y nuestras motivaciones, evangelizamos para la
mayor gloria del Padre que nos ama". Por tanto,
no son nuestros intereses lo que ha de movernos, sino que es la gloria de Dios
la que tiene que aparecer en todo momento.
También
afirmó el Papa, "Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este
mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de
iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar?. Como
Pablo, hemos de sentir ese anhelo de misionar: "Predicar el Evangelio no
es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay
de mí si no predicara el Evangelio!".
Considero fundamental señalar, que el primer
ámbito de desarrollo de la misión es la propia familia, cuán urgente es que los
padres y todos los miembros de la familia, tomen conciencia de esta realidad, que
se vea la familia como ese espacio inmediato que se debe llenar del aroma
evangélico, para hacer posible que haya paz y armonía, comprensión y deseos de
edificar un mundo lleno de amor. Y de esa manera ser fermento del bien en esta
sociedad tan llena de violencia e indiferencia.
Otro campo
urgido de ser evangelizado es el mundo del trabajo. Un cristiano que en el
lugar de trabajo vive su fe y es testigo del amor de Dios, se convierte en un
misionero activo. Se evangeliza viviendo desde valores como la amabilidad y
respeto, el servicio y honestidad, el compañerismo y mutua ayuda, el respeto a
la dignidad de toda persona.
Dado que "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos". Que el Señor renueve con su gracia el llamado que nos ha hecho a servir en su Reino y que a su pregunta: «¿A quién enviaré?» cada uno responda con ánimo y abundante gozo: «Aquí estoy, envíame»". Por ello el Proceso de Evangelización que estamos impulsando en nuestra Arquidiócesis, está imbuido de este espíritu misionero. Gocémonos de ser en verdad, discípulos misioneros.