Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
El
domingo anterior, con la parábola del administrador injusto, se nos recordaba
la importancia de ser cuidadosos en el uso de los bienes materiales, dándoles
el lugar que les corresponde, ya que estos deben ser, según la enseñanza de
Cristo, para el sustento digno y honesto, y para la solidaridad con los más
necesitados.
Este
domingo la palabra de Dios busca reflexionar, aún más profundamente, sobre este
tema, insistiendo en que las riquezas de este mundo, usadas de un modo
inadecuado, nos alejan de Dios, de los hermanos e incluso de la salvación.
Amós, de
nuevo este domingo, con una voz valientemente profética, advierte sobre el mal
uso de las riquezas por parte de los poderosos de su pueblo.
El
profeta dice a quienes están en el poder tanto en Sion como en Samaría, que
mientras ellos viven con lujos y comiendo manjares se han olvidado del pueblo
que sufre, dejándolos de ver como sus hermanos y abandonándolos en sus
desgracias.
El
profeta Amós, advierte nuevamente, que, si eso no cambia, estos poderosos serán
quienes encabecen la lista de aquellos que irán al destierro, acabando así la
vida inmoral que estaban llevando.
Inmoralidad
que radica, no propiamente en tener riqueza, sino en haber absolutizado y
acumulado esa riqueza, descuidando las funciones que Dios les había encomendado
al ponerlos al frente de su pueblo, al punto de olvidar a los hermanos,
dejándolos totalmente desamparados.
Es
exactamente esa misma situación la que el Señor quiere mostrarnos por medio de
la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro.
Este
hombre rico, que ni siquiera se conoce su nombre, ha absolutizado de tal manera
sus riquezas, que lo han enceguecido, impidiéndole ver las necesidades de uno
que está cerca, a la entrada de su casa, uno que vive en pobreza, mal vestido,
lleno de llagas y alimentándose de las sobras de su propia mesa, mientras él se
banquetea vestido con ropajes caros y finos.
Esta
incapacidad del hombre rico de ver las necesidades del prójimo y de abandonarlo
en su pobreza, traerá también para él una consecuencia, como sucedió con
aquellos a quienes profetizaba Amós en la primera lectura.
La
parábola habla de la vida después de la muerte, que, para el hombre rico,
significará una vida de tormento, fruto de su obsesión de la riqueza que lo
hizo ignorar a Dios, que estaba presente en el pobre que estaba frente a su
casa.
Ese lugar
de castigo no es lo que Dios quiere para el ser humano, sino que es el fruto de
la acción de aquellos que le han dado la espalda a Dios y que han puesto en su
lugar los bienes de este mundo.
Por otro lado,
está el pobre, a quien la parábola sí le da un nombre: Lázaro, que significa aquel a quien Dios cuida. Es claro que la parábola enseña cómo se
cumple el significado de este nombre, ya que aquel que es necesitado, olvidado
por la sociedad, discriminado e ignorado, siempre puede sentir el cuidado de
Dios que nunca abandona a sus hijos y que recompensará todo su sufrimiento con
una vida gloriosa junto a Él.
Así lo ha
dicho el salmo 145 cuando afirma que el Señor da pan a los hambrientos, da
vista a los ciegos, cuida al forastero y da sustento al huérfano y a la viuda.
Pero
sería un error quedarnos con una explicación de esta parábola, diciendo
únicamente que los pobres serán salvados y los ricos irán a un lugar de
castigo; esto sería reducir muchísimo la Palabra de Dios, porque esta misma
Palabra nos enseña que Dios quiere que
todos los hombres se salven.
Por tanto,
la Palabra de Dios de este domingo, nos exhorta a todos a vivir en esa búsqueda
constante de la salvación que nos ha regalado el Señor con el acontecimiento
pascual de Jesucristo. Búsqueda que se
da cuando, también nosotros, cumplimos lo que Pablo pide a Timoteo en la
segunda lectura: cumplir fiel e irreprochablemente todo lo mandado, hasta la venida de
nuestro Señor Jesucristo. Porque eso
que debemos cumplir fielmente es precisamente el mandamiento del amor que es plenitud de la ley y de toda la Escritura.
A este
respecto nos recuerda el papa León XIV, en el mensaje para la Jornada Mundial
de los pabres de este año: «...de
la caridad tenemos necesidad hoy, ahora. No es una promesa, sino una realidad a
la que miramos con alegría y responsabilidad: nos compromete, orientando
nuestras decisiones al bien común. Quien carece de caridad no solo carece de fe
y esperanza, sino que quita esperanza a su prójimo» (13.06.2025).
Que este domingo, más que
discutir sobre quién se salva y quién se condena, trabajemos todos juntos,
desde nuestra realidad y desde nuestras posibilidades, en caminar unidos y
sostenernos unos a otros, para que, viviendo el mandamiento del amor, hagamos
un mundo cada vez más justo, más equitativo, más solidario; donde seamos más
hermanos, para que disfrutemos ya desde ahora, los regalos del Reino, que
viviremos plenamente en la Gloria del mundo futuro.