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Obispo Auxiliar

Entrar por la puerta estrecha

Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús en camino hacia Jerusalén, la Ciudad Santa, donde entregará su vida para cumplir la misión que el Padre le ha confiado: salvar a toda la humanidad.

Este caminar de Jesús no es solo geográfico, sino profundamente espiritual y lleno de significado, pues nos revela el corazón misericordioso del Dios que se encarna, que camina entra nuestros pueblos y ciudades y que ha pasado por el mundo haciendo el bien regalando a toda persona humana la salvación.

La Palabra de Dios proclamada este domingo tiene como hilo conductor, precisamente, esta verdad fundamental de nuestra fe:  Cristo, con su muerte y resurrección, ha ofrecido la salvación a todos los seres humanos, sin distinción de raza, lengua, pueblo o nación.  Esta es una afirmación que rompe con cualquier idea de exclusividad o privilegio, que existía incluso en tiempos de Jesús, sobre aquellos que podían participar del Reino de Dios.

El profeta Isaías, en la primera lectura, nos habla del regreso del pueblo de Israel tras el exilio en Babilonia.  Pero este retorno muestra ya que la salvación no es sólo para los israelitas porque Dios promete que todas las naciones verán su gloria.  Es decir, la salvación no es propiedad de unos pocos, sino un regalo universal que brota de la misericordia divina.

Asimismo, Jesús, en el Evangelio, responde a la pregunta sobre cuántos se salvarán, y lo hace no dando un número, sino con una invitación:  «Esfuércense por entrar por la puerta estrecha».  Esta puerta no es estrecha porque sea limitada en cupos, sino porque seguir a Jesús implica compromiso, amor, servicio y entrega. Como nos recordaba el Papa Francisco:  «la puerta es estrecha no por ser destinada a pocas personas, sino porque pertenecer a Jesús significa seguirle, comprometer la vida en el amor, en el servicio y en la entrega de uno mismo como hizo Él, que pasó por la puerta estrecha de la cruz» (21.08.2022).

Como ha indicado el mismo Cristo en el evangelio, no basta con decir que lo conocemos, ni con haber estado cerca de Él en algún momento.  Lo que cuenta es vivir como Él vivió, cumplir la voluntad del Padre, servir con generosidad a los hermanos, especialmente a los más necesitados. Esta es la verdadera participación en el Reino.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium, nos enseña que «todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios.  Por lo cual, este pueblo permaneciendo uno y único debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos, para cumplir así el designio de la voluntad de Dios, que en un principio creó una sola naturaleza humana y determinó luego congregar en un solo pueblo a sus hijos que estaban dispersos» (Lumen gentium, n. 13).  Esta enseñanza nos recuerda que la Iglesia es misionera por naturaleza, y que nuestra tarea es anunciar esta salvación universal con palabras y con obras.

En la oración colecta de este domingo hemos pedido al Señor que deseemos lo que Él nos promete y que amemos lo que nos manda.  Que esta petición se haga vida en nosotros: que deseemos la plenitud del Reino y que vivamos el amor sin distinción, como Cristo nos ha enseñado.

Que la Palabra proclamada y el encuentro con Jesús en la Eucaristía nos fortalezcan para caminar por esa puerta estrecha, con la certeza de que la salvación es un don ofrecido a todos, y al que nosotros estamos llamados a responder con fe, con amor y con entrega.