Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
Este
15 de agosto celebramos el Día de la Madre, y no es casual que coincida con una
de las celebraciones más hermosas del calendario litúrgico: la Solemnidad de la
Asunción de la Virgen María. En esta fiesta, la Iglesia contempla a María - una
mujer, una madre - elevada en cuerpo y alma al cielo. Es el reconocimiento de su
dignidad, de su fidelidad y de su entrega, pero también es un signo de lo que Dios
quiere hacer con toda la humanidad: levantar lo humilde, dignificar lo que
parece olvidado, transfigurar el dolor en esperanza. En María vemos la
maternidad redimida, iluminada por la gloria de Dios. Y en ella reconocemos no
solo a la Madre del Señor y madre nuestra, sino a todas las madres que, con su
amor, su sacrificio y su fe, nos sostienen silenciosamente.
Esta
celebración no sólo nos habla del destino de María, sino también del valor que la
fe cristiana reconoce en la mujer y en su vocación materna. En María, vemos a
todas las madres que han amado, que han sufrido y que han luchado. Ella es
imagen de la vocación profunda de todo ser humano, pero también es el consuelo
de muchas mujeres que hoy caminan con lágrimas en los ojos, con hijos ausentes
o con sueños truncados.
Por
eso, este día no es solo para los regalos, las flores o los mensajes bonitos - aunque también son significativos - . Es un día para detenernos y contemplar con
gratitud, con conciencia y con responsabilidad la realidad de nuestras madres.
Si
algo nos ha herido profundamente este año como sociedad, es la violencia que no
da tregua. Una violencia que se ha cobrado la vida de muchos adolescentes y
jóvenes, dejando a sus madres sumidas en un dolor indescriptible. Algunas han
perdido a sus hijos en medio de situaciones trágicas, encubiertas bajo términos
fríos como "ajuste de cuentas", mientras que otras han tenido que enterrar a
sus hijos víctimas inocentes de las llamadas "muertes colaterales". La
inseguridad, que se ha ensañado especialmente con los sectores más vulnerables,
ha dejado hogares rotos, madres desconsoladas y un profundo dolor en el corazón
de nuestra sociedad.
Pero
no es solo la criminalidad la que ha dejado su huella. Este año hemos sido
testigos de una alarmante ola de violencia contra las mujeres: agresiones
físicas, psicológicas, sexuales, asesinatos y desapariciones que siguen
ocurriendo con una frecuencia estremecedora. No hablamos de casos aislados,
sino de un patrón que revela una cultura que sigue menospreciando, silenciando
y violentando a las mujeres y que exige ser confrontada con verdad y justicia.
Cada uno de estos hechos no es simplemente una noticia más ni una estadística
fría: es una vida truncada, una familia devastada, una comunidad golpeada.
Detrás de cada nombre hay una historia: una madre, una hija, una hermana que ya
no volverá al hogar.
Y
junto a esto, están también los miles de mujeres que no aparecen en los
titulares: madres abandonadas, madres migrantes, madres en pobreza extrema,
madres mayores que sobreviven en el olvido, o madres jóvenes que intentan sacar
adelante a sus hijos sin red de apoyo ni oportunidades.
No
podemos hablar de la maternidad sin mirar con verdad el contexto en que muchas
mujeres viven. Celebrar a las madres también exige compromiso con su dignidad,
con su seguridad y con su bienestar.
En
Nuestra Santísima Madre María reconocemos el rostro de todas las mujeres que
han dicho sí a la vida, incluso en medio del dolor. Su Asunción no es una huida
del mundo, sino una
proclamación de esperanza, como el Magnificat hecho historia: lo que hoy parece
hundido será levantado, lo que parece desechado será exaltado.
Que
este Día de la Madre no pase como uno más. Que sea ocasión para volver los ojos
a nuestras madres con ternura, sí, pero también con compromiso. Que las
honremos no solo con palabras, sino con acciones concretas que transformen estructuras, que
protejan la vida y que dignifiquen la maternidad, exigiendo justicia,
ofreciendo cuidado, construyendo un país donde ser madre no sea un riesgo, una
carga ni una condena, sino un motivo de alegría.
A todas
las madres de Costa Rica: gracias. Y a quienes hoy celebran entre lágrimas, que
la Madre de todos, María Asunta a los cielos, las consuele y las abrace.