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Iglesia

Constructores de fraternidad

Mensaje de los obispos de la Conferencia Episcopal a la Iglesia y al pueblo de Costa Rica al finalizar la CXXX Asamblea Ordinaria

Con profunda gratitud a Dios les expresamos nuestro sentir al final de nuestra Asamblea, cuando acabamos de celebrar la Fiesta Nacional en honor a Nuestra Señora de los Ángeles, y en el marco del Jubileo convocado por el Papa Francisco con el lema Peregrinos de esperanza. Tenemos también en el horizonte cercano un nuevo proceso electoral nacional.


Un tiempo de gracia: el Jubileo de la Esperanza

Como Iglesia que peregrina en Costa Rica, nos unimos con gozo al Jubileo eclesial, que nos llama a volver el corazón a Dios, a reconciliarnos como hermanos y a renovar la esperanza en la fuerza transformadora del Evangelio. El Jubileo es tiempo de conversión, de sanación, de misericordia, pero también de compromiso. Nos invita a mirar hacia el futuro con confianza, superando el pesimismo estéril y la tentación de encerrarnos en nosotros mismos.

En este espíritu, invitamos a todo el pueblo de Dios a vivir con hondura este año jubilar: profundizando la oración, acudiendo a los sacramentos, peregrinando hacia los templos declarados como jubilares, actuando la caridad, y siendo testigos del amor de Cristo en todos los ámbitos de la vida. El Jubileo debe impulsarnos a renovar también nuestro compromiso con el país, con sus instituciones, con la democracia, con los más vulnerables, y con la promoción del bien común.


Una patria que necesita sanar y reencontrarse

Reconocemos que vivimos una etapa compleja, marcada por tensiones sociales, crisis institucionales y desafíos estructurales que afectan profundamente la vida de nuestro pueblo, especialmente de los más vulnerables: la desafección creciente y desconfianza en las instituciones, la polarización y fragmentación política, el deterioro del discurso público, la pérdida de referentes éticos, el desempleo, especialmente de los jóvenes en zonas empobrecidas que son presa fácil del narcotráfico, la exclusión social, la violencia que siega tantas vidas y provoca tanto dolor, la migración forzada, la crisis educativa y el debilitamiento de los vínculos comunitarios son síntomas de una sociedad que clama por sentido, unidad y esperanza.

Hacemos un llamado a restaurar el tejido social, tan desgarrado por la violencia, la indiferencia, la exclusión y la pérdida de sentido comunitario. Es necesario volver a tejer vínculos desde la verdad, la justicia, la solidaridad y el respeto a la dignidad de toda persona, especialmente de los más vulnerables. La reconstrucción del tejido social comienza en el corazón de cada hogar y familia, se fortalece en la vida comunitaria y se sostiene con políticas públicas orientadas al bien común.

Invitamos a todos -creyentes y no creyentes? a ser artesanos de paz, diálogo y reconciliación, para que juntos edifiquemos una sociedad más fraterna y esperanzadora.

Pero no estamos condenados al desencanto. Hay caminos posibles. Hay semillas de esperanza. Hay valores profundos en nuestra historia republicana, en nuestras raíces cristianas, en nuestras tradiciones solidarias. Hay también miles de personas que, silenciosamente, siguen construyendo el bien común desde sus hogares, escuelas, comunidades, campos, instituciones y servicios públicos.

Es urgente recuperar el sentido profundo de la participación democrática como un acto de responsabilidad y una expresión concreta del amor a la patria. La Iglesia quiere acompañar este tiempo con una voz que anime, aliente y convoque al compromiso. No podemos ser indiferentes ante esta coyuntura que requiere claridad, compromiso y sentido de esperanza.

Como pastores, reafirmamos nuestro compromiso de caminar junto al pueblo de Costa Rica, especialmente junto a los más pobres y marginados. Seguiremos defendiendo la vida; acompañando a las familias en sus luchas y alegrías, en especial a los niños y jóvenes; luchando contra toda forma de violencia, discriminación o exclusión; promoviendo la salud y la educación integral, la libertad religiosa, la fraternidad social desde el Evangelio.


La política: arte del encuentro y del bien común

Nos encontramos a las puertas de una nueva campaña electoral. Reiteramos que la Iglesia no se identifica con ningún color político. Pero sí tiene principios morales que iluminan el discernimiento y la participación responsable.

En este contexto, animamos a todos los ciudadanos, y especialmente a los católicos, a informarse bien, a formarse, a dialogar con respeto, y a ejercer su derecho al voto con conciencia ética y mirada de país. Exhortamos a todos los actores sociales y políticos a actuar con altura moral, con espíritu de servicio y con profundo respeto por la dignidad de las personas y de las instituciones.

Pedimos a quienes aspiran a cargos de elección popular que presenten propuestas claras, viables y respetuosas de la vida humana, de la familia, de los derechos humanos, del trabajo digno, de la justicia social y de la protección del ambiente. Que no se recurra a la manipulación emocional, a la desinformación, a la violencia verbal ni a la polarización.

A los líderes religiosos, sociales y comunitarios, les llamamos a ser puentes y no barreras, promotores del diálogo y no del enfrentamiento. A los medios de comunicación, les pedimos que asuman su misión con veracidad, responsabilidad y pluralismo.


La esperanza en el Señor y la intercesión maternal de la Virgen de los Ángeles

Como discípulos de Cristo, sabemos que la esperanza verdadera no nace de promesas humanas, sino de una convicción profunda: Dios camina con su pueblo y actúa en nuestra historia.

Queremos proclamar con firmeza y convicción que nuestra esperanza está en el Señor. No en ideologías ni promesas humanas, sino en Aquel que es fiel, que nos ama con amor eterno y que guía la historia hacia la plenitud de su Reino.

La esperanza cristiana no es ingenuidad ni evasión, sino una fuerza interior que nos impulsa a vivir el presente con valentía, construyendo el bien común desde la fe, la justicia y la fraternidad.

Esta esperanza tiene rostro materno en nuestra Madre, la Reina de los Ángeles y Patrona de Costa Rica, que vela por su pueblo con ternura. A sus pies, en la pequeña imagen hallada por una humilde joven, seguimos encontrando consuelo, dirección y confianza. Ella es modelo de discipulado y estrella luminosa en nuestro caminar. Nos hemos unido a la multitud de peregrinos, muchos de ellos jóvenes que, año tras año, han caminado hacia su Santuario en Cartago para expresarle sus anhelos. Evidencia eso que, aún en tiempos de prueba, Dios está con nosotros y no abandona a quienes confían en Él.

Invocamos su poderosa intercesión sobre cada hogar costarricense, sobre los gobernantes y servidores públicos, sobre quienes sufren y sobre quienes trabajan por la justicia y la paz. En este Año Jubilar, la Virgen nos llama a volver al Señor con todo el corazón, a reconstruir el tejido de nuestras comunidades y a vivir con renovada esperanza la misión que el Señor nos confía.

Ponemos el ya cercano proceso electoral bajo la protección maternal de nuestra "Negrita". Que ella interceda por nuestra nación y nos ayude a vivir este tiempo como una oportunidad para renovar la vida pública desde valores auténticos. Que el Espíritu Santo ilumine las conciencias, fortalezca la unidad y nos guíe hacia decisiones que siembren esperanza para las generaciones presentes y futuras.

Dado en San José a 7 de agosto del 2025.