Queridos hermanos y hermanas:
Una vez más, como cada 2 de agosto, Costa Rica se detiene para contemplar lo esencial, movida por una fe que sigue viva en el corazón de su pueblo. En este día, la mirada del país se dirige al rostro sereno de la Negrita, esa Madre que, con su ternura discreta y su cercanía constante, se ha vuelto a lo largo de nuestra historia en el punto de encuentro entre generaciones, regiones y esperanzas. Es el día en que la espiritualidad se convierte en identidad compartida, y donde el creyente, el caminante, el que carga en silencio su cruz, descubre que no está solo: que Dios lo sostiene en el camino y que los ojos de María - la mujer que permaneció de pie junto a la cruz - también se posan sobre su rostro. (Cf. Jn 19,25). Nuestra Señora de los Ángeles es Madre común, y esta Basílica su casa abierta, un hogar sin exclusiones. Aquí cabemos todos: creyentes y buscadores, sufrientes y agradecidos. Nadie sobra, nadie estorba, nadie llega tarde. En este lugar, la fe no grita: susurra en el corazón del que llega sin fuerzas y la esperanza se asoma en cada mirada que busca consuelo.
Ella, como madre amorosa, nos mira sin juicio ni cálculo. Silenciosa, pequeña, atenta, contempla con los ojos de quien entiende y acompaña la realidad de sus hijos. Conoce las heridas abiertas del pueblo y no aparta la vista. Se hace solidaria con las madres que han perdido a sus hijos por la violencia que arrasa nuestras comunidades; con quienes han enfrentado el dolor insoportable de un feminicidio - crimen inexcusable que clama al cielo por justicia -; con los adultos mayores que sufren abandono y maltrato; con las familias que viven entre carencias, temores e incertidumbre cotidiana.
Ella no es indiferente al sufrimiento: lo abraza, lo recoge, lo presenta ante Dios con la ternura de quien no necesita palabras para interceder. En su mirada, el dolor no se oculta ni se normaliza. Se convierte en súplica, en gesto de compasión, en presencia que consuela.
Más que una tradición, este día es un acto de memoria y reivindicación de lo más profundo del alma costarricense: la fe que resiste, la ternura que une, la esperanza que no se rinde. En cada caminante, cada paso grita "aquí estamos, seguimos creyendo, aunque nos cueste". La romería no es desfile: es peregrinación, es confesión colectiva.
Una marcha sin pancartas, pero con convicciones que aún creen en el amor y la paz como antídotos frente a la descomposición social, la violencia y el desencanto. Desde los caminos polvorientos de la romería hasta las oraciones silenciosas encada rincón del país, la figura de la Negrita convoca, consuela y compromete. Ella, que eligió revelarse en la sencillez, nos recuerda que lo esencial nunca hace ruido, pero transforma. Que la ternura de Dios se manifiesta en lo pequeño. Su hallazgo no fue un hecho aislado ni un encuentro fugaz con este pueblo. Fue el inicio de una cercanía decidida. No vino de paso: eligió quedarse. Desde entonces, su presencia no es recuerdo, es compañía viva. En ella, Costa Rica sigue encontrando consuelo, abrigo y un lugar donde la fe respira con rostro de madre. Se quedó en la fe sencilla del pueblo, en las manos que trabajan, en los pasos que avanzan con esperanza, en las lágrimas que nadie ve y en las alegrías que se comparten. Se quedó en en quienes luchan por justicia y en quienes resisten con fe cuando el camino se vuelve cuesta arriba.
Desde esta conciencia, sentimos también el aliento firme de nuestra Madre: no estamos llamados a quedarnos quietos frente a la injusticia, la exclusión o el egoísmo que endurece el alma social. María no es refugio para huir, es impulso para actuar. No nos invita al consuelo cómodo, sino al compromiso sincero. Nos toma de la mano y nos lleva a su Hijo, para que en Él aprendamos a amar sin miedo, a perdonar de verdad, a servir sin medida, a construir lo que parece perdido. Como Iglesia, hoy alzamos la voz con profundo amor por esta tierra. Invitamos a todos -autoridades, familias, jóvenes, trabajadores, comunidades- a cuidar lo que somos y proyectar con esperanza lo que estamos llamados a ser. Que no se enfríe la compasión, que no se banalice la verdad, que no se fragmente lo que debe permanecer unido: la vida, la fe, la justicia.
Que esta jornada mariana nos inspire a hacer del encuentro una costumbre, del respeto una señal de identidad, y de la esperanza un estilo de vida. Que sigamos caminando juntos, aun con nuestras diferencias, sabiendo que hay una Madre que acompaña el trayecto: que sostiene, que orienta, y que en su silencio fecundo sigue hablándole al corazón de este pueblo. Miremos a nuestros jóvenes, sus sueños y esperanzas, no los defraudemos. Su futuro está en las decisiones que tomamos hoy. Cuidemos la familia, no podemos tener una sociedad sana con familias enfermas. Confiamos a la intercesión maternal de Nuestra Señora de los Ángeles a nuestros gobernantes, autoridades, comunidades y familias. También a nosotros, indignos pastores de este Pueblo Santo, para que el llamado que el Señor nos hizo un día nos configure a ejemplo suyo en la cercanía, el servicio y la humildad. Que ella nos sostenga en el anhelo de construir una nación reconciliada, donde nadie sea descartado y cada vida humana sea dignificada con ternura, respeto y justicia. Que Dios bendiga a Costa Rica. Y que nuestra madre, humilde y fiel, sea consuelo en la prueba, luz en la oscuridad y fuerza en el andar diario de este pueblo que nunca deja de confiar.