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Arzobispo

Formar la conciencia: despertar voluntades

Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José

Vivimos en una época marcada por el relativismo moral. Pareciera que nos estamos acostumbrando al ruido, a la mentira decorada, a la comodidad del silencio frente a lo injusto. Lo que antes indignaba, hoy parece apenas incomoda. Y en medio de esta aparente normalidad, se erosiona lentamente el juicio, se debilita la voluntad, se adormece la conciencia.

Ya no estamos ante simples fallas del sistema: enfrentamos una enfermedad del alma social. La corrupción dejó de ser un escándalo pasajero para convertirse en una rutina que se tolera. El narcotráfico, que alguna vez parecía lejano, ha encontrado acogida en las entrañas de espacios fundamentales de nuestro caminar en sociedad.

Y es allí donde comienza la verdadera pérdida. No cuando lo malo aparece, sino cuando dejamos de reconocerlo como tal.

Las instituciones, diseñadas para servir al bien común han de seguir fortaleciéndose para reflejar la conciencia colectiva. Los tribunales han de estar en todo momento y en todos los casos al servicio de la verdad. El poder ha de ejercerse como servicio a la sociedad, dinamizado por exigencias éticas irrenunciables. Con ello se estará gestando en las nuevas generaciones una visión realmente esperanzadora, una nueva visión.

Hoy corrientes educativas relativizan el bien, minimizan la responsabilidad personal y disuelven la noción de verdad. En lugar de formar criterio, se adoctrina en lo cómodo. En lugar de enseñar a elegir, se justifica todo. Y mientras tanto, los padres primeros educadores en valores muchos exhaustos, confundidos o resignados van cediendo terreno. 

Es urgente recuperar la voz formativa en los hogares. Volver a pronunciar, sin miedo y con amor, verdades esenciales que despiertan la conciencia: No todo lo que está de moda es bueno. La corrupción destruye países, no es un juego. La droga es esclavitud, no estilo de vida. La libertad implica responsabilidad, no solo deseo. La dignidad no se negocia.

Formar la conciencia no es imponer, ni adoctrinar: es despertar. Despertar al bien, a la verdad, a la belleza de lo que es correcto incluso cuando cuesta. Como nos enseña el Concilio Vaticano II: La conciencia es el núcleo más secreto y el santuario del hombre, donde está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de su ser. (Gaudium et Spes, 16)

Ese santuario necesita protección. Porque si no enseñamos a escuchar esa voz interior, otros hablarán más fuerte: la banalidad, la mentira, el cinismo. Padres, madres: no callen. Aunque parezca que no hay terreno fértil, siembren. Aunque la verdad incomode, díganla. Aunque el mundo los critique, perseveren. Porque su ejemplo y su palabra siguen siendo la herramienta más poderosa que tenemos para resistir la oscuridad. Por ello es fundamental formarse en estos temas, aprovechar las oportunidades que ofrecemos en la Iglesia.

No nos resignemos. No repitamos que ya nada se puede hacer. Una conciencia bien formada, educada en la verdad, levanta pueblos enteros. Pero para lograrlo, cada familia debe volver a ser escuela. Cada padre, maestro. Cada creyente, testigo.

Que el Señor nos conceda lucidez para discernir, valentía para actuar y fe para no callar, inspirados todos en el humilde hogar de Nazareth.