Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
San
Pablo nos enseña: "El pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de
Cristo? Siendo muchos, un solo cuerpo somos, porque todos participamos de un
mismo pan" (1 Cor 10,16-17). En efecto, el
pan que partimos no es solo un alimento; es un vínculo en el que Cristo se nos
entrega y nos hace uno con su Cuerpo. En la Eucaristía no somos espectadores
pues somos convocados a participar en una realidad que nos sobrepasa, nos
define y nos entrelaza en una comunión sin fisuras, en la que lo mío y lo tuyo
se disuelven en un nosotros inmenso.
No
se trata solo de estar reunidos, sino de vivir una unidad real y operante. La
Eucaristía nos enseña que la comunión no es uniformidad, sino un misterio donde
la pluralidad se vuelve armonía en Cristo. Aquí está el milagro eucarístico:
Cristo se da en alimento, y al recibirlo, nos damos nosotros también. Comulgar
es acoger el amor que unifica, y permitir que ese amor fluya hacia los demás.
Cuando
la Iglesia celebra la misa, no solo recuerda a Cristo: lo encarna, lo
actualiza, lo ofrece. Y ese Cristo no está dividido. Por eso la Eucaristía
interpela nuestras divisiones, nuestras indiferencias, nuestras fronteras. Es
en la Eucaristía donde mejor se expresa y se hace realidad la unión del Pueblo
de Dios y la participación en su vida divina. Por tanto, la Eucaristía es el
encuentro más profundo entre Dios y su pueblo: Él nos da su vida, nos une en su
amor, y nosotros le ofrecemos nuestra entrega y adoración.
La
Eucaristía no pretende suscitar un sentimiento pasajero ni una simple
convivencia pacífica; es una llamada que nos exige apertura, reconciliación,
ternura y justicia. Es el eco del amor de Cristo que nos convoca a salir de
nosotros mismos, a derribar muros y construir puentes. Es el gesto de Jesús al
compartir la mesa con pecadores y marginados, recordándonos que la comunión no
es exclusión, sino encuentro. La Eucaristía nos llama a vivir esta comunión en
lo concreto, a ser pan partido para los demás. No basta con recibir a Cristo;
es necesario dejar que su amor nos desborde y nos impulse a transformar el
mundo.
Si
comemos de un solo pan, ¿cómo no vamos a vivir una sola esperanza? Así como el
pan se parte para ser compartido, nuestra esperanza no es individualista ni
aislada. Es una esperanza tejida en comunidad, en la certeza de que el amor de
Dios nos sostiene y nos impulsa a caminar juntos. San Pablo nos recuerda: "Un
solo cuerpo y un solo Espíritu, como también fuisteis llamados en una misma
esperanza de vuestra vocación" (Ef 4,4). No podemos comulgar con Cristo sin
comulgar con su sueño de unidad, sin dejarnos transformar por su amor que nos
hace hermanos.
Comer
del mismo pan es aceptar el desafío de vivir una esperanza que no se agota en
deseos personales, sino que se expande en servicio, en justicia, en
reconciliación. Frente a un mundo que cultiva la fragmentación, que exalta la
competencia y el individualismo, la Eucaristía es realidad transformante que no
hace bulla. Nos recuerda que somos parte unos de otros. Que Cristo no se parte
para unos pocos, sino que se da entero para que todos tengamos vida en Él.
La
Eucaristía es la escuela de la comunión, donde aprendemos que la fe no se vive
en soledad, que el amor de Dios no se guarda en secreto, y que la verdadera
adoración pasa por el encuentro con el otro.
Que este Misterio que celebramos, nos transforme desde dentro, y haga de nosotros una Iglesia que no solo comulga con Cristo, sino que se vuelve comunión viva, palpable, creíble.