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Obispo Auxiliar

El Señor pregunta: ¿Me quieres?

Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José

Continuamos realizando nuestro recorrido por la cincuentena pascual y en este tercer domingo de la Pascua, la liturgia de la Palabra nos presenta el relato de la tercera aparición del Resucitado a los apóstoles en el evangelio de San Juan.

Los estudiosos de la Sagrada Escritura explican que San Juan acomoda de un modo distinto los acontecimientos históricos de la vida de Cristo a la forma que lo presentan los otros evangelios para darles una explicación catequética.

Por esta razón, la pesca milagrosa que los otros evangelios presentan al inicio del ministerio público, San Juan lo presenta después de la resurrección.

Esta narración muestra a algunos de los apóstoles que están pescando en el lago de Tiberíades, es decir, están realizando el trabajo que hacían antes de ser llamados por Cristo a ser sus discípulos.

Pareciera que, luego de lo acontecido en los días de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, los apóstoles decidieron volver a la vida previa a su encuentro con Jesús, a la vida que habían dejado totalmente para seguir al maestro, es decir a la vida como pescadores; y es muy significativo que, dejando atrás lo vivido con Jesús, el evangelio señala que sus redes están vacías.

En esa circunstancia, es decir, desilusionados, de regreso a su vida anterior y con las redes vacías, el Resucitado viene al encuentro de sus apóstoles y les indica que echen las redes nuevamente, para realizar el signo milagroso de la pesca milagrosa.

Este milagro provoca que el discípulo amado haga profesión de fe, al decirle a sus compañeros «es el Señor», es decir, reconocen a su maestro, como el Dios hecho hombre tal y como lo hizo Tomás al tocar las llagas del Resucitado y que nos narraba el evangelio del domingo pasado.

Otro elemento que San Juan evidencia es que la red no se rompió, a diferencia de la pesca milagrosa narrada por San Lucas.  Esto manifiesta que Cristo ha hecho nuevas todas las cosas con su resurrección y el llamado también se renueva, por lo que los apóstoles asumen ese compromiso de anunciar la Palabra a la humanidad y llevar a todo el género humano hacia Cristo, para formar así una comunidad, unificada con la fuerza irrompible y perenne del Espíritu del Resucitado.

Este momento de renovación se complementa con el regalo de sentarse a comer con Cristo Resucitado, que había preparado el mismo el alimento. Esto fortalece el llamado de aquellos apóstoles, que habían vuelto a su vida anterior, pero ahora, su encuentro con el Resucitado renueva y consolida su ser testigos de Cristo.

En el caso de Pedro, esa consolidación como apóstol y como el primero entre los apóstoles, necesitaba cimentarse con una reivindicación, porque aquel que había negado tres veces a Jesús, será consultado tres veces, por el mismo Cristo, por su amor hacia Él.  La respuesta sincera de Pedro, al decir:  «tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero», lo restituirá como apóstol, como el primero entre los apóstoles, al cual Jesús le encomienda el cuidado de su rebaño, el cuidado de la Iglesia.

Esta consolidación del grupo apostólico, que se transforma y se renueva al encontrarse con el Resucitado, se refleja claramente en la narración de la primera lectura; cuando en los Hechos de los Apóstoles, los discípulos, anuncian, con alegría y sin ningún temor, la verdad de la resurrección.

Una verdad que las autoridades les han prohibido anunciar, pero que ellos están convencidos que no pueden guardarse para sí, deben anunciarla, aunque esto les cueste la libertad o la misma vida, ellos saben que «deben obedecer a Dios antes que a los hombres» y cumplir el mandado de Cristo.

Ante esto, los apóstoles son azotados, pero aquello les provoca felicidad, porque lo han sufrido por el nombre de Jesús y saben que Él cumplirá su palabra:  «Bienaventurados si son perseguidos por mi causa, porque tendrán una recompensa grande en el cielo» (Mt. 5, 11).

Esta Pascua, en la que hemos renovado nuestros compromisos bautismales, es el momento, para consolidar, también nosotros, nuestro llamado a ser apóstoles, manifestando al mundo, como el discípulo amado, que el Señor ha resucitado y está en medio de nosotros y reivindicando, como Pedro, nuestras negaciones y pecados, con nuestro compromiso de amar.

Esto lo haremos reiterando con la alegría de la resurrección nuestro amor a Cristo y el compromiso de ser testigos, como nos ha enseñado el querido y recordado papa Francisco: «Hoy el Resucitado nos lo pregunta también a nosotros: ¿Me quieres? Porque en la Pascua quiere que resurja también nuestro corazón; porque la fe no es una cuestión de saber, sino de amor. ¿Me quieres?, te pregunta Jesús a ti, a mí, a nosotros, que tenemos las redes vacías y muchas veces tenemos miedo de recomenzar; a ti, a mí, a todos nosotros, que no tenemos el valor de zambullirnos y quizás hemos perdido empuje. ¿Me quieres?, pregunta Jesús. Desde entonces, Pedro dejó de pescar para siempre y se dedicó al servicio de Dios y de los hermanos, hasta entregar su vida aquí, donde nos encontramos ahora. Y nosotros, ¿queremos amar a Jesús?» (Regina Coeli, 01.05.2022).

Este es el llamado que el mismo Señor nos hace este domingo, un llamado que recuerda nuestro compromiso bautismal:  Vivir la alegría pascual, una alegría que sólo nos puede dar Cristo Resucitado, una alegría tan grande que se comparte y que se anuncia, dando testimonio con palabras, con gestos y principalmente con acciones de misericordia, que hagan experimentar a los que están sufriendo, el gozo de la resurrección.

El texto del evangelio de San Juan, también nos recuerda, que el Señor ha querido dar a Pedro la potestad de apacentar a sus ovejas, de ser la cabeza de la Iglesia siendo pastor y pescador de hombres, como afirmaba el papa Benedicto XVI.

Por esto, en este inicio de la Pascua, en la que el Señor ha llevado consigo al papa Francisco y estamos a la espera de un nuevo sucesor de Pedro, unámonos en oración para que el Espíritu siga guiando a su Iglesia e ilumine al colegio cardenalicio en la elección de un nuevo pastor universal, un nuevo pescador de hombres, que lleve a la Iglesia y al mundo al encuentro con el Señor.