Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
La liturgia del Domingo de Ramos
en la Pasión del Señor, con la que iniciamos la Semana Santa, nos presenta un
contraste en las dos distintas narraciones del evangelio que se proclaman, por
una parte los gritos de júbilo con los que la multitud aclama a Jesús como Rey,
al entrar en Jerusalén y luego los gritos de la muchedumbre que, pocos días después,
piden su crucifixión.
Esto, que ciertamente es una
contradicción, muestra el camino elegido por Dios para regalar la salvación a
la humanidad, es decir el camino de la encarnación del Verbo, que pasa por el
mundo haciendo el bien, y que revela, con su predicación y sus acciones, que
Dios es un padre misericordioso. Esto
suscita que sea reconocido como el Mesías esperado y por tanto, al llegar a
Jerusalén, es aclamado como Rey.
Pero Jesús ha manifestado, con
toda claridad, que ese mesianismo se vive desde la entrega de su vida y desde
el servicio; nunca según prerrogativas del poder humano, y, por esto, no es
comprendido ni por los jefes de los judíos ni por la generalidad del pueblo
elegido, quienes al no ver cumplidas sus expectativas deciden acabar con la
vida de Jesús.
Por esto, la conmemoración de
este Domingo presenta a Cristo llevando al extremo esa entrega, la cual se
realiza voluntariamente, por pura misericordia y amor a la humanidad, para
cumplir la voluntad del Padre y así sellar una alianza nueva y eterna con su
sangre derramada en la cruz y con la cual dona la salvación a la humanidad.
En los últimos tres domingos de
la cuaresma, los textos evangélicos que se han proclamado han presentado a
Jesús como aquel que viene a revelar a Dios como un Padre rico en compasión,
amor y misericordia. Un padre que tiene
paciencia, como el viñador ante la higuera que no da fruto, un padre que recibe
con los brazos abiertos al hijo pródigo y un padre que no condena a la mujer adúltera,
sino que la perdona y la fortalece para que no peque más.
La narración de la pasión según
San Lucas, que se proclama en la eucaristía de este Domingo de Ramos, sigue
manifestando ese rasgo característico del Señor, el cual es entregado a la
muerte luego de un proceso lleno de mentiras, burlas, injusticias y traiciones;
y ante esta realidad, la respuesta de Jesús es la misericordia, porque Él se
entrega voluntariamente, es el siervo de YWHW, que Isaías presenta en la
primera lectura, ofreciendo libremente su
vida a insultos y golpes para hacer la voluntad del Padre, que es salvar a la
humanidad.
Esa misericordia también la
atestigua San Pablo en el himno que se ha proclamado en la segunda lectura, afirmando
que Jesús se anonadó a sí mismo, que se auto humilló y que aceptó la muerte por
amor al género humano.
Esa misericordia, en la narración
de la Pasión, se ve claramente reflejada en varios momentos:
·
Ante el anuncio
de la traición de Pedro, Jesús promete que orará por él, para que no
desfallezca y luego confirme a sus hermanos en la fe. Jesús ora por quien lo traiciona.
·
En el momento del
prendimiento, cuando se corta la oreja del criado del sumo sacerdote, Jesús
detiene los actos de violencia y sana la oreja de aquel hombre.
·
Camino hacia el
calvario, se muestra cercano y compasivo con las mujeres que se encuentra en el
camino.
·
Una vez clavado
en la cruz, pide al Padre que perdone a sus verdugos porque no saben lo que
hacen y promete el paraíso al ladrón arrepentido.
Ante todos estos gestos de
misericordia que nos presenta la narración de la pasión, el papa Francisco nos
recuerda: «contemplemos al
Crucificado. El perdón brota de sus llagas, de esas heridas dolorosas que le
provocan nuestros clavos. Contemplemos a Jesús en la cruz y pensemos que nunca
hemos recibido palabras más bondadosas: Padre, perdónalos. Contemplemos a Jesús
en la cruz y veamos que nunca hemos recibido una mirada más tierna y compasiva.
Contemplemos a Jesús en la cruz y comprendamos que nunca hemos recibido un
abrazo más amoroso» (10.04.2022).
Esta celebración nos introduce en
los misterios de nuestra salvación que conmemoraremos en esta Semana
Santa. Misterios que manifiestan cuánto
Dios tiene misericordia de nosotros, porque permite que su Hijo Único pase por
un acontecimiento, humanamente cruel e injusto, como lo es la muerte en cruz,
para que, por este acontecimiento, que culmina con la resurrección, recibamos
el regalo de la vida perfecta, uniendo la vida del ser humano, a la misma vida
gloriosa de Cristo.
Hemos pedido al Señor en la
oración colecta, que podamos seguir las enseñanzas de la pasión de Cristo para
participar así de su gloriosa resurrección por eso vivamos, estos días santos y
siempre, la imitación constante de Cristo, manifestando misericordia por el
otro.
Por esto es importante recordar
que vivimos la celebración de la Semana Santa en el contexto del año jubilar,
en que se nos ha pedido ser signos tangibles de esperanza. Por tanto, conmemorar el acontecimiento de
nuestra salvación y celebrar el año jubilar debe motivarnos a renovar nuestro
compromiso bautismal de ser presencia de Cristo en medio del mundo y de los
hermanos, es así como viviremos realmente la conmemoración de los
acontecimientos de nuestra salvación y peregrinamos con esperanza hacia la
gloria de la Pascua.