Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
La
Cuaresma es tiempo de penitencia y renovación espiritual en el que la Iglesia
nos invita a realizar un examen profundo de nuestro corazón en aras de la
conversión personal. Pero
la conversión no es solo un acto de arrepentimiento individual; es una
transformación profunda que nos lleva a vivir según el Evangelio. Significa
reconocer que no podemos seguir siendo espectadores pasivos de la crisis moral
que nos rodea. Significa que cada uno de nosotros debe preguntarse: ¿Cómo estoy
contribuyendo al bien común? ¿Qué valores estoy transmitiendo en mi familia, en
mi trabajo, en mi comunidad?
La
verdadera transformación comienza en cada uno de nosotros y esta tiene el
potencial de impactar y sanar nuestra sociedad, creando un entorno de
reconciliación y paz. Al responder al llamado de Cristo, nos comprometemos a
renovar nuestro espíritu y contribuir a la restauración de un mundo que
necesita unidad y armonía.
Vivimos
días en los que la violencia se manifiesta a diario, la vida humana parece
perder su valor ante la impunidad y el miedo. La sombra del narcotráfico
corrompe comunidades enteras, sembrando muerte y desesperanza. Las carreteras
se han convertido en escenarios de tragedia, donde la imprudencia y la falta de
respeto cobran vidas sin cesar. A esto se suman el irrespeto generalizado, la
falta de diálogo, la indiferencia ante el sufrimiento ajeno y la erosión de
valores fundamentales como la honestidad, la solidaridad y la compasión.
Ante
este panorama, algunos podrían caer en la desesperanza, creyendo que nuestra
sociedad está irremediablemente perdida. Pero Cristo nos muestra otro camino.
Cuando Jesús inicia su ministerio, proclama con firmeza: "El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio". (Mc
1,15). Su llamado es claro: cambiar el rumbo, volver a Dios, dejar atrás las
tinieblas y acoger la luz de la verdad.
Desde
esta perspectiva, la conversión nos llama a revisar nuestras actitudes diarias:
Si hemos sido indiferentes ante el sufrimiento ajeno, debemos volvernos
compasivos. Si hemos justificado la corrupción o la mentira, debemos
comprometernos con la verdad. Si hemos promovido la división y el odio, debemos
ser instrumentos de reconciliación.
No
podemos esperar que el cambio venga solo de las instituciones o de quienes
tienen poder. La sociedad se transforma cuando cada persona asume la
responsabilidad de vivir con rectitud. Jesús no llamó a la conversión solo a
los pecadores notorios; llamó a todos, porque todos necesitamos renovar nuestra
vida.
La
Cuaresma, nos ofrece un tiempo privilegiado para examinar nuestra conciencia y
tomar en serio nuestro seguimiento de Jesús. No se trata solo de dejar un mal
hábito o hacer un sacrificio simbólico, sino de un cambio real y profundo en
nuestra manera de vivir. Oración, ayuno y caridad son los pilares que nos
ayudan en este camino. La oración nos abre a la voluntad de Dios y nos ayuda a
discernir el bien. El ayuno nos enseña a dominar nuestros deseos y a recordar
que la vida no se reduce a lo material. La caridad nos lleva a mirar a los
demás con amor y a actuar en consecuencia.
Jesús nos llama a ser luz en medio de la oscuridad y, como nos enseña el Papa Francisco: "Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio".
No
podemos resignarnos a vivir en un mundo donde la violencia y la falta de
valores sean la norma. Nuestra fe nos exige dar testimonio con nuestra vida. Si
realmente creemos en Cristo, debemos ser reflejo de su amor y su verdad en cada
ambiente en el que nos desenvolvemos.
Que esta Cuaresma nos encuentre dispuestos a convertirnos, no solo para nuestra salvación personal, sino para que nuestra sociedad encuentre en nosotros signos de esperanza y renovación. Porque el llamado de Cristo sigue vigente: "Convertíos y creed en el Evangelio". No es tarde para volver a Dios.