Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Este III domingo del tiempo ordinario, ha sido establecido
por el papa Francisco, como el Domingo de la Palabra.
El Santo Padre ha visto la
necesidad de que la Iglesia, en el mundo entero, reflexione sobre la
importancia que tiene la Sagrada Escritura en la vida del creyente y de todas
las personas de buena voluntad y por tanto este domingo debe ser «dedicado a la celebración, reflexión y
divulgación de la Palabra de Dios» (Aperuit
Illis, 3).
El lema elegido por el Santo Padre para este año 2025, dentro
del Año Jubilar, es un versículo del Salmo 119, «Espero en tu Palabra»
(Sal 119, 74). Se trata de un grito de esperanza: el hombre, en el momento de
angustia, de la tribulación, del sin sentido, grita a Dios y pone toda su
esperanza en Él.
Precisamente, las lecturas de este domingo hacen referencia a
la forma en que la Palabra escuchada con un corazón abierto por parte de la
comunidad, va a transformar a quien la escucha, moviéndolo a la conversión, a
la comunión, a la alegría y a la vivencia de la auténtica esperanza cristiana.
El texto de la primera lectura, tomada del libro de Nehemías
recuerda cómo el pueblo elegido que regresa del exilio se reúne en asamblea
litúrgica para escuchar la Palabra, cosa que no había podido hacer durante los
años del destierro en Babilonia.
La escucha de la lectura del libro sagrado movió a todo el
pueblo elegido a la oración, a la conversión y a la esperanza, porque el Señor
les habló al corazón por medio de la Palabra y los hizo vivir en comunión, «como un solo hombre» este momento de fe,
que los hizo identificarse aún más como pueblo del Señor.
En la carta apostólica Aperuit
Illis, con la que se establece este Domingo de la Palabra de Dios, el Santo
Padre hace referencia a este texto bíblico y pone de manifiesto la importancia
de la Palabra proclamada en aquel momento histórico y cómo ésta dio significado
a todo lo vivido en la historia de Israel, dejando claro que Dios actúa en
medio de su pueblo para hacer, incluso de situaciones dolorosas como el
destierro, Historia de Salvación y esto llena de esperanza el corazón del
pueblo de Israel.
Esta narración de Nehemías, que muestra a la comunidad
creyente alrededor de la escucha de la Palabra de Dios, será en adelante la
celebración litúrgica vivida el día sábado en las sinagogas y que el evangelio
de Lucas nos presenta como una vivencia habitual de Jesús.
El episodio en Nazareth descrito por San Lucas, indica que
Jesús participa en una de esas celebraciones litúrgicas en las que se proclama
y se explica la Palabra de Dios. En esa
ocasión, le correspondió a Jesús hacer la lectura del profeta Isaías y hacer la
explicación correspondiente.
Del mismo modo que en el texto de Nehemías se relataba que
quienes explicaban la lectura hacían comprender cómo Dios actúa en los
acontecimientos vividos por el pueblo elegido, así Jesús, al iniciar su vida
pública, indica que aquella Palabra proclamada se está cumpliendo en el hoy de la historia, ya que el Ungido del
Señor está en medio de su pueblo y ha venido a traer la Buena Noticia del Reino
y a ser presencia de la misericordia de Dios con el ser humano, llevando
esperanza principalmente a aquellos que más sufren: pobres, enfermos,
oprimidos.
Por tanto, la Palabra proclamada se ha hecho vida en Cristo,
quien cumple todo lo anunciado en la Sagrada Escritura y por ende viene a
colmar de gozo y esperanza el corazón de los seres humanos, que se reconocen
comunidad amada y redimida, porque Dios ha entrado en el hoy de la historia para regalar su salvación y a dar sentido a nuestra
vida, muchas veces llena de situaciones difíciles, asegurando la cercanía, la
misericordia y la salvación de Dios.
Procuremos, pues, como Iglesia de Cristo, ser portadores de
la Palabra de Dios a los hermanos, para que - como ha indicado el papa - no sea
patrimonio de algunos, sino que todos tengan acceso a la lectura y a la escucha
de la Sagrada Escritura y así hagan experiencia alegre del amor, la esperanza y
la cercanía de Dios.
Asimismo, quienes leemos y escuchamos cotidianamente esta
Palabra, personalmente o en la vida litúrgica y comunitaria, procuremos hacerla
vida, siendo nosotros mismos, con nuestros gestos y acciones, signos
tangibles de esperanza, de misericordia y del amor de Dios a los hermanos
que más lo necesitan, porque serán estas acciones las que darán credibilidad a
la Palabra proclamada y escuchada por la comunidad.