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La Cuaresma y los signos litúrgicos

Seminarista Pablo Ramírez Porras, III Formando Pastores al Estilo de Jesús; Diócesis de San Isidro.

El recorrido del año litúrgico se asemeja al ascenso a una montaña. En este ascenso hay dos grandes alturas: la Navidad, la cual es una altura considerable, y hay una cima de primer orden que es la Pascua. En toda altura, siempre encontramos antes una subida, por lo que debe existir una preparación, por ello está el tiempo del Adviento y la Cuaresma. Concretamente, en el tiempo de Cuaresma, emprendemos la ardua subida hacia el monte de la Pascua, con una actitud de penitencia y conversión.

El Concilio Vaticano II en la Constitución Sacrosanctum Concilium afirma que la liturgia cuaresmal dispone a la celebración del Misterio Pascual, tanto a los catecúmenos que se preparan para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana en la noche santa de la Pascua, haciéndolos pasar por diversos grados de la iniciación cristiana, así como a los fieles que recuerdan el bautismo y hacen penitencia. Por ello, el color litúrgico de este tiempo es el morado como signo de la penitencia en este tiempo de reflexión, conversión espiritual y preparación para el triduo pascual.

El Papa Francisco en la homilía que pronunció el miércoles de ceniza de este año, nos recordaba: La cuaresma nos sumerge en un baño de purificación y de despojamiento; quiere ayudarnos a quitar todo maquillaje, todo aquello de lo que nos revestimos para parecer adecuados, mejores de lo que realmente somos. Volver al corazón significa volver a nuestro verdadero yo y presentarlo tal como es, desnudo y despojado, frente a Dios... La vida no es una actuación, y la cuaresma nos invita a bajar del escenario de la ficción para volver al corazón, a la verdad de lo que somos. Volver al corazón, volver a la verdad. Por ello, para ayudarnos vivir a los que vivimos en el año litúrgico la vida del Señor, es necesario tener presente algunos signos que encontramos en este tiempo litúrgico:

  1. Durante este tiempo, por ningún motivo se ha de entonar el canto del Aleluya, y el Gloria, solamente podrá ser entonado en las solemnidades que así lo prescriban. En el caso del Aleluya se sustituye por otras aclamaciones como el versículo puesto en el Leccionario antes del Evangelio. 
  2. Conviene mantener la costumbre de utilizar el Símbolo de los Apóstoles en vez del Credo Nicenoconstantinopolitano, y omitir el intercambio de la paz y el canto de envío.  
  3. Es valioso rescatar las oraciones sobre el pueblo que han sido reinsertadas en la Cuaresma. 
  4. Se prohíbe adornar con flores el altar y tocar instrumentos musicales, a excepción del domingo Laetare, las solemnidades y fiestas.

Como cristianos, se nos invita a avanzar en esta escala cuaresmal, con una actitud de conversión. No por casualidad este tiempo litúrgico lo hemos iniciado con el miércoles de ceniza, que nos recuerda que somos polvo y al polvo hemos de volver. Pero, no hay que olvidar que somos esa ceniza que Dios ama, esa ceniza con la que Dios su aliento de vida, y por eso nos sigue llamando a la conversión, a que volvamos nuestra mirada a Él. 


Actualmente, al estar inmersos en un mundo tan secularizado y donde abunda mucha información -pero también desinformación- es muy importante tener presente la doctrina de la Iglesia. La Iglesia mantiene las prácticas cuaresmales tal como las conocemos: oración, ayuno y caridad.

Dentro de la oración, hay ejercicios de piedad como el rezo del Vía Crucis, el ejercicio de los siete lunes, el meditar la Pasión del Señor los viernes de Cuaresma. Y, me atrevo a agregar la lectura orante de la Palabra de Dios o lectio divina, donde nos dejamos interpelar por la Palabra de Dios que siempre toca nuestro corazón y nos mueve a la conversión.  

Respecto al ayuno, ya el mismo Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma de este año, resaltó su importancia como un medio de oración para que los fieles puedan deshacerse de todo lo que los aleja de Dios. Además, el prefacio IV de Cuaresma nos recuerda: Porque con el ayuno corporal, refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu y nos das fuerza y recompensa. Además, la ascética es bíblica y la Iglesia tiene una larga vivencia altamente justificada de las prácticas como el ayuno.

Y respecto a la caridad, desde nuestra vivencia, es importante considerar las obras de misericordia corporales y espirituales que ya la Iglesia nos invita a vivir. Por ello me permito recordarlas: Las obras de misericordia corporales son: Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al necesitado, vestir al desnudo, visitar al enfermo, visitar a los presos y enterrar a los muertos. Por su parte, las obras de misericordia espirituales son: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de los demás, y, rogar a Dios por los vivos y los difuntos.

Estas prácticas nos ayudan pastoralmente para que podamos vivir con mayor intensidad a Cristo, quien es nuestro año litúrgico -como ya lo decía el Papa Pío XII, en la Mediator Dei- y nos permite por medio de la correcta vivencia del tiempo, configurarnos con Él, que vive glorioso e inmortal por los siglos de los siglos.