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Iniciamos el año celebrando a Santa María,

Madre de Dios

El primero de enero se dedica a Santa María, Madre de Dios, una atinada manera de comenzar el año porque, si nos ponemos a reflexionar un poco, iniciar el año de esta manera es la mejor forma de recordar que la historia de la salvación preparó a la humanidad para el gran momento en que la promesa del Señor se cumpliría:


«Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón» (Gen 3,15).

Esa promesa se cumplió cuando el ángel Gabriel se presentó a una virgen de Nazaret, llamada María, para decirle que había sido favorecida por Dios y que tendría a su Hijo:

«No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 30-33).


Verdaderamente es madre de Dios

En el concilio de Éfeso, del 431, se proclamó el dogma: María es Madre de Dios, es la Theotokos, y no solo es madre del humano, sino de Cristo con sus dos naturalezas, unidas indivisiblemente en una sola Persona: Jesucristo, el Señor, como lo había definido en el 325 el Concilio de Nicea I.

La Iglesia, madre y maestra, estaba de acuerdo. Los padres apostólicos sabían que era una verdad revelada por Dios. Una muestra es el siguiente himno compuesto por San Efrén el sirio, dado a conocer por su Santidad Benedicto XVI durante una audiencia general, en que se refleja el sentir de este extraordinario teólogo-poeta del siglo IV:

«El Señor vino a ella para hacerse siervo. 

El Verbo vino a ella para callar en su seno. 

El rayo vino a ella para no hacer ruido. 

El pastor vino a ella, y nació el Cordero, que llora dulcemente. 

El seno de María ha trastocado los papeles:  

El que creó todas las cosas las posee, pero en la pobreza. 

El Altísimo vino a ella (María), pero entró humildemente. 

El esplendor vino a ella, pero con vestido de humildad. 

El que lo da todo experimentó el hambre. 

El que da de beber a todos sufrió la sed. 

El que todo lo reviste (de belleza) salió desnudo de ella».

(San Efrén el sirio, Himno De Nativitate 11, 6-8).


Fuente: aleteia.org