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Obispo Auxiliar

La llegada del Mesías descendiente de David

Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José

En este último domingo del Adviento y previo a iniciar las fiestas navideñas, la Palabra de Dios nos muestra el camino insondable del Plan de Salvación trazado por el Señor.  Lo hace presentando como ejemplo la vida de dos personajes:  David y la Virgen María.

El rey David, ha hecho un plan con respecto a la construcción de un templo, una casa para el Señor, un plan que parece tener buenas intenciones, una casa majestuosa para Dios, más imponente que el palacio real, porque debe manifestar quién es el que tiene el supremo poder.

Pero Dios tiene un plan distinto: quien construirá esa casa, ese templo majestuoso no será David, sino su hijo Salomón.

Pero el Señor aprovecha el momento en que hace este anuncio para hacer una promesa más importante:  una dinastía poderosa y un trono que durará eternamente.  Esta es la promesa mesiánica, que va más allá de David, Salomón o cualquier otro poder humano, porque hace referencia al Mesías Salvador, quien traerá redención, libertad, paz y justicia por toda la eternidad.

El plan trazado por el Señor va más allá de una casa o un templo o una edificación en este mundo, habla de una Casa en la que la humanidad entera participe, eternamente, de la misma vida de Dios.  Pare esto es necesario que David deje de confiar en sus planes y en su poder meramente humano y deje que sea Dios quien lleve adelante la historia que 

"en sus manos" se convierte en Historia de Salvación.

El texto del evangelio nos muestra la concreción de la promesa mesiánica de la primera lectura:  la llegada del Mesías Salvador.

El Señor, por medio del arcángel Gabriel, comunica su Plan a la joven virgen de Nazareth.  Como David, María tiene otros planes, está desposada con José; pero se abre a la escucha de Dios, confía en aquellas palabras y en el proyecto de Dios, cree en la fidelidad de Dios para con su pueblo y se Su «hágase» permite a Dios irrumpir en la historia humana y asumir la humanidad para redimirla.

Hay una diferencia entre ambos personajes:  David, con su poder como rey, con sus riquezas y sus sueños de grandeza no puede asumir del todo el plan de Dios e insiste en realizar sus propios planes.  María, en cambio, con total humildad, confía en Dios y en la fidelidad de sus promesas y se abandona en sus designios, esto hace de ella la llena de Gracia, la transformada por la Gracia y por tanto capaz, por la fuerza de Dios y los méritos de su Hijo, de asumir el servicio encomendado en bien de toda la humanidad.

Hoy la palabra de Dios nos presenta a estos personajes como vidas ejemplares, es decir que son paradigma de lo que debe ser la vida cristiana.

María, es modelo de la Iglesia, modelo de discípula, modelo de todo lo que debe ser un bautizado.  Por tanto, en este último día del tiempo de Adviento y a pocas horas de celebrar la Navidad, contemplemos a María y pidamos la gracia de imitarla.

Ella debe enseñarnos a poner toda nuestra vida, nuestros planes y proyectos en las manos de Dios.  Él siempre tendrá caminos mejores, caminos de salvación para nosotros. Así nos lo ha recordado el papa Francisco al decirnos:  «Mientras admiramos a nuestra Madre por su respuesta a la llamada y a la misión de Dios, le pedimos a Ella que nos ayude a cada uno de nosotros a acoger el proyecto de Dios en nuestra vida, con humildad sincera y generosidad valiente» (24.12.2017).

La Navidad es el regalo de la misericordia de Dios que entra en el mundo para salvarnos.  El regalo más grande para la humanidad, Dios que se hace hombre para que, al morir y resucitar, Él nos haga partícipes de su vida divina.  Pero este regalo necesitó que la humanidad cambiara sus planes preconcebidos y dejara actuar a Dios.

Hoy somos llamados a esto, a dejar actuar a Dios en nuestras vidas, a tener la humildad de renunciar muchas veces a nuestros proyectos para entrar en los proyectos de Dios.  Así la Navidad recobrará el verdadero sentido, Dios que nace, Dios que en su plan misericordioso quiso entrar en nuestra historia para redimirnos.

Como María, dejemos actuar a Dios en nuestras vidas y en nuestra historia, poniéndonos al servicio del Señor que siempre debe redundar en el servicio al hermano.