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María: Discípula de su Hijo

José Francisco López Mora, Seminarista de la Arquidiócesis de San José I Formando Discípulos Misioneros de Cristo

¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor! (Lc 1, 45). Con estas palabras, que el evangelista San Lucas pone en boca de Isabel, podemos vislumbrar la experiencia discipular de la Santísima Virgen María, aquella que siendo Madre de Dios fue también su primera discípula. María, la nueva Eva, por quien nos ha sido dado Cristo, nuestro Salvador, es un claro ejemplo de que ser discípulo consiste en cultivar una fe sólida marcada por la plena confianza en la voluntad de Dios, abrazando con amor la cruz del Señor.

El camino discipular de la Bienaventurada Virgen María está marcado por la entrega total y el amor llevado hasta el extremo. Ella, al igual que su Hijo, desborda de amor hasta tal punto que permanece en pie ante el sufrimiento de ver a Cristo clavado en la cruz, se adentra en el escándalo de la cruz, pero brindándonos una muestra viva de la confianza y el abandono absoluto a la voluntad de Dios. La entrega de María se ve reflejada en lo que ella misma dice en el momento de la Anunciación: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra (Lc 1, 38); es ahí donde comienza este trayecto discipular de la Madre de Dios, el cual se reafirma en el momento de la crucifixión cuando Jesucristo nos la confiere como Madre de todos los hombres.

Por tanto, podríamos decir que la Santísima Virgen María, como discípula de Cristo es a la vez ejemplo para todos los cristianos porque ella, como añade el Concilio Vaticano II, abrazando con todo el corazón la voluntad salvífica de Dios y sin impedimento alguno de pecado, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y obra de su Hijo, bajo Él y con Él, por la gracia de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la redención (LG, 56), y nos invita a nosotros a entregarnos por completo a la voluntad de Dios, como lo hizo ella, abrazando la cruz con el mismo amor con que Cristo la abrazó. Ella nos impulsa a seguir a Cristo con todo nuestro ser, lo hace con las mismas palabras que las bodas de Caná nos evoca: Haced lo que Él os diga. (Jn 2, 5).

Este discipulado al que somos llamados desde nuestro Bautismo, debe de orientarnos a tener una respuesta como la de María, una respuesta decidida, atenta y, sobre todo, constante; a pesar de que podamos turbarnos o dudar, ella nos enseña que la confianza en la voluntad de Dios es fundamental para nuestra vida y un pilar de nuestra fe. Es por esto que nos reunimos cada domingo para celebrar el Misterio Pascual de Cristo como una verdadera comunidad, en la Eucaristía proclamamos la grandeza del Señor que sigue haciendo maravillas en nuestra vida. Finalmente, contemplemos a María, adentrémonos en su discipulado y hagamos vida en nosotros sus virtudes para llegar a ser verdaderos cristianos que pasemos por la cruz para resucitar con Cristo a una vida nueva, de la mano con la Santísima Virgen María, ella que es el camino más seguro, el más corto y el más perfecto para ir a Jesús.