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Obispo Auxiliar

Solemnidad de la Santísima Trinidad

Mons. Daniel Blanco, obispo auxiliar, Arquidiócesis de San José


Este Domingo después de Pentecostés, celebramos, como todos los años, la solemnidad de la Santísima Trinidad, es decir, celebramos al único Dios Verdadero, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.  Tres personas distintas con una única naturaleza, la naturaleza Divina.

Esta celebración nos hace volver la mirada al Dios, que ha sido revelado en la Sagrada Escritura como un Dios compasivo, clemente, paciente, misericordioso y fiel, características que Moisés señalaba en la primera lectura.

Un Dios, que Cristo ha revelado como un Padre amoroso, que ha enviado a su Hijo Único, para salvar a la humanidad entera, como nos lo ha recordado el evangelio de San Juan.

En síntesis, celebrar la Santísima Trinidad, es celebrar la esencia de Dios, es decir celebrar al Dios que es AMOR.

Decir que el amor no es una característica de Dios, sino que es su esencia significa que Dios existe para amar y como Dios es perfecto ese amor también es perfecto.  Perfección que podemos contemplar en la entrega total del Hijo por nuestra salvación.  El género humano es el objeto del amor de Dios y la Cruz de Cristo es el signo inequívoco y perfecto de ese amor.

Ese amor perfecto se vive también al interno de la Comunidad Trinitaria.  Y si humanamente podemos decir que el amor humano y por tanto imperfeto, nos une y nos hace comprendernos incluso cuando somos distintos, con cuanta mayor razón podemos decir que el amor perfecto del Dios Trinitario une perfectamente a las tres personas de la Trinidad, que se distinguen sólo por su misión (el Padre que crea, el Hijo que redime y el Espíritu Santo que guía y santifica a la Iglesia) pero que son un único Dios verdadero, sin diferencia e iguales en dignidad, como rezamos en el Prefacio de la Plegaria Eucarística. 

Por esto se le ha llamado Misterio, no tanto por la incapacidad de comprenderlo, sino porque es ante este Misterio de Amor ante el cual los cristianos nos postramos para adorarlo, como Moisés en el Sinaí, porque la perfección del amor trinitario se manifiesta en el amor que Dios tiene por nosotros al darnos la Salvación por medio del acontecimiento pascual.

Esta profesión de fe cristiana sobre la esencia de Dios (lex credendi), no sólo debe ser celebrada en la liturgia eucarística de este domingo (lex orandi), sino que debe ser vivida en la cotidianidad de nuestro ser cristianos (lex vivendi).  Y esto es lo que el Concilio Vaticano II nos enseña al decir que la Iglesia es Icono de la Trinidad, imagen de la Trinidad (LG. 4. 13).

Es decir, que el amor trinitario debe ser vivido en la Iglesia, en quienes somos Iglesia y por tanto en la cotidianidad de nuestra vida.

Un amor que nos una, que nos unifique, es lo que pide Jesús en la oración sacerdotal, «Padre, que todos sean uno para que el mundo crea» (Jn. 17, 21).  Unidad que no limite o lesione las diferencias que enriquecen la Iglesia y enriquecen el anuncio del Reino.

Es lo que pedía San Pablo en la segunda lectura y que el papa Francisco explica así:  «A partir de su experiencia personal del amor de Dios, Pablo puede exhortar a los cristianos con estas palabras: «alegraos; sed perfectos; animaos; tened un mismo sentir, [?] vivid en paz» (v. 11).  La comunidad cristiana, aun con todos los límites humanos, puede convertirse en un reflejo de la comunión de la Trinidad, de su bondad, de su belleza.  Pero esto ?como el mismo Pablo testimonia? pasa necesariamente a través de la experiencia de la misericordia de Dios, de su perdón» (11.06.2017).

Por tanto, este amor debemos vivirlo todos los que formamos la Iglesia.  Siendo éste el mayor testimonio que podemos dar los cristianos:  vivir ese amor que nos hace uno, vivirlo y hacerlo experiencia en nuestros hogares y en nuestros lugares de trabajo; en la vida académica y profesional, en fin en el diario vivir; porque es la vivencia del amor el mayor signo testimonial, la mejor evangelización y lo que hará volver la mirada de quienes lo reciben, no a nosotros sino a Dios quien es la fuente del verdadero Amor.

Que esta celebración nos haga a todos a postrarnos y adorar al Dios Trinitario, como Misterio del Amor perfecto y que nos anime a esforzarnos cada día más a vivir ese amor en la cotidianidad de nuestras vidas para que la Iglesia de Cristo que formamos todos los bautizados, cumpla con su tarea de ser Icono de la Trinidad, Imagen del Amor de Dios.