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Arzobispo

El que se humilla será exaltado

Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano

En la Solemnidad de la Ascensión del Señor, celebramos la glorificación de Jesús y su victoria sobre la muerte y con ello, experimentamos la certeza de que todos aquellos que creen en él tienen la esperanza de vivir para siempre en Dios. En Cristo, el ser humano ha entrado de un modo nuevo en la intimidad de Dios; el hombre encuentra, ya para siempre espacio en Dios.

 Cristo se humilló voluntariamente, al hacerse siervo y someterse a una vida de obediencia y sufrimiento. Él, Hijo de Dios, se despojó de su gloria para hacerse uno de nosotros y ahora, resucitado de entre los muertos, es exaltado. Nuestro mediador está a la derecha del Padre en la gloria celestial y recibe la honra, el poder y el poder que le fue dado por el Padre.

Pero antes de despedirse de sus apóstoles, les hace una nueva promesa: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la Tierra" (Hch 1, 8). E, inmediatamente, después: "fue elevado en presencia de ellos, y una nube lo ocultó a sus ojos" (Hch 1, 9). 

San Lucas afirma que, después de la Ascensión, los discípulos volvieron a Jerusalén "con gran gozo" (Lc 24, 52). ?La causa de su gozo radica en que lo que había acontecido no había sido en realidad una separación, una ausencia permanente del Señor; más aún, en ese momento tenían la certeza de que el Crucificado-Resucitado estaba vivo, y en él se habían abierto para siempre a la humanidad las puertas de Dios, las puertas de la vida eterna.? 

El Señor no se desentiende de su rebaño, su Ascensión al cielo inaugura una nueva forma de presencia de Jesús en medio de nosotros, y nos invita a que tengamos los ojos y el corazón puestos en él para encontrarlo, servirlo y testimoniarlo a los demás. 

Nuestra fe no es evasiva ni ajena a nuestra realidad: Precisamente, en virtud de su amor por el Cristo glorioso, sabe descubrir al Cristo necesitado de este lado; ve a su Cristo, digno de una entrega total, en su hermano pobre, pequeño, sufriente, donde la imagen mística de Jesús celestial encarnada en el dolor humano terrenal.

Ante una sociedad materialista y consumista, llena de oscuridad, insatisfacción y cansancio interior, nos corresponde hoy anunciar al mundo el triunfo de Cristo sobre la muerte, recordando que ese triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal, con la garantía de que aquel a quien seguimos hoy reina. Por Cristo glorificado, este mundo es simple tránsito hacia la eternidad.

 Por Él, asumimos el reto de ser sus discípulos y ser llamados a vivir como auténticos testigos, sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-16). Nuestra mirada está puesta en la meta que es el cielo, pero nos corresponde caminar sin desalentarnos y tomando la cruz del peregrinar de cada día, que, con paso firme y sereno, nos lleva a alcanzar su promesa: "En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino" (Juan 14, 2-4). 

El Señor que ha subido al cielo nos dejó la misión de hacer discípulos a todos los pueblos, llevar su Palabra al corazón de mi entorno familiar, social, profesional y eclesial. Señor, no permitas que nos quedemos admirados mirando cómodamente ir hacia el cielo, antes bien, que nuestra mirada hacia el cielo sea para contemplar la puerta abierta al reino de los cielos que debe ser nuestra meta como cristianos. 

 Señor, que tu Ascensión nos abra una nueva perspectiva en nuestro camino de fe, en nuestro peregrinaje, para intentar ser mejores cada día; nos llene de esperanza para poner manos a la obra, con la certeza de que nuestra vida es un continuo avanzar hacia la casa del Padre, donde habitas Tú.