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Obispo Auxiliar

Ser presencia del Señor en medio del mundo

V Domingo del Tiempo Ordinario, Mons. Daniel Blanco (VIDEO)

El domingo anterior, el evangelio de San Mateo nos presentó a Cristo dando inicio a la famosa predicación conocida como el sermón de la montaña.

Este discurso iniciaba con nueve sentencias llamadas Bienaventuranzas, que exhortaban a quienes estaban escuchando a hacer experiencia de la misericordia de Dios para replicar esa misericordia con los hermanos.

La vivencia de las bienaventuranzas, tal y como la ha enseñado Jesús, es lo que le permite al Maestro decir a sus discípulos que ellos deben ser sal de la tierra y luz del mundo, es decir, que si el creyente vive el espíritu de las Bienaventuranzas, será en el mundo luz y sal.

El papa Benedicto XVI explica qué significan estos dos elementos de los que habla Jesús:  «La sal, en la cultura medioriental, evoca diversos valores como la alianza, la solidaridad, la vida y la sabiduría.  La luz es la primera obra de Dios Creador y es fuente de la vida; la misma Palabra de Dios es comparada con la luz, como proclama el salmista: ?Tu palabra es una lámpara para mis pasos, y una luz en mi camino? (Sal 119,105)» (Angelus, 06.02.2011).

Por tanto, quien vive las Bienaventuranzas, hace presente en el mundo los valores del Reino, es decir, la solidaridad, el amor, la justicia y la misericordia de Dios que quiere transformarlo todo en camino de salvación para toda la humanidad.

Así como la sal evoca la alianza, el cristiano está llamado a hacer presente, en medio del mundo, los regalos que la alianza trae para todo ser humano, es decir la salvación, que nos asegura una vida junto a Dios.

Pero Cristo, ha querido que esta salvación se viva desde nuestra peregrinación en este mundo.  Ciertamente la plenitud del Reino la viviremos en el Cielo, pero Dios, quiere que desde nuestra vida terrena, los regalos del Reino sean vividos por todos sus hijos.

Por esto, junto a la evocación de la Alianza, la sal recuerda la solidaridad, el amor y la misericordia.  Acciones con las que los cristianos, estamos llamados a hacer presente en medio del mundo las mismas acciones que Cristo ha realizado en favor de la humanidad.

Concretamente, estas acciones las enumera el profeta Isaías en la primera lectura:  Dar pan al hambriento, techo al desvalido y vestido al desnudo.  Estas acciones harán que el creyente ilumine, con la luz de la misericordia, las tinieblas del mundo.

Y Jesús da un paso más, al afirmar que la solidaridad y la misericordia son la luz que ilumina el mundo, pero que también ilumina la vida del que está en tinieblas, permitiéndole hacer experiencia de Dios y de esta forma glorificarlo.  Dice Jesús «brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos».

Por tanto, las buenas obras siempre deben llevarnos al encuentro con Cristo, tanto a quien las hace como a quien las recibe.

Ser sal y ser luz, es hacer presente, en medio de nuestro peregrinar, a Cristo y nunca a nosotros mismos.  Al respeto, afirma tajantemente San Agustín «Una cosa es buscar en la buena acción tu propia alabanza y otra buscar en el bien obrar la alabanza de Dios.  Cuando buscas tu alabanza, te has quedado en la mirada de los hombres; cuando buscas la alabanza de Dios, has adquirido la gloria eterna.  Obremos así, no para ser vistos por los hombres; es decir, obremos de tal manera que no busquemos la recompensa de la mirada humana.  Al contrario, obremos de tal manera que busquemos la gloria de Dios» (Sermón 338).

La palabra de Dios de este Domingo, por tanto, nos llama a un compromiso serio y exigente:  Ser presencia del Señor en medio del mundo; ser sal y ser luz, para iluminar las tinieblas del mundo y para que los hermanos conozcan y glorifiquen a Dios.

Que como Pablo, en la segunda lectura, podamos decir que hemos podido responder a este llamado, porque nuestra vida de fe, nuestro testimonio cristiano y nuestras buenas obras dependen del poder de Dios y no de nuestra limitada sabiduría humana y así, ayudemos a los hermanos a encontrarse con el Señor, para que hagan experiencia de su misericordia y se conviertan en sus discípulos.