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La grandeza de lo pequeño

Juan Manuel Arias Obando, Arquidiócesis de San José

Todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, hemos intentado aparentar ser más grandes de lo que en realidad somos. Recuerdo cuando uno era más chiquillo e iba al Parque de Diversiones,  se ponía de puntillas para lograr entrar a los juegos de los grandes, o tal vez nos vestíamos como los mayores (para aparentar un poco más de edad). Esto, se puede decir, que es parte del desarrollo de las personas, incluso nos da un poco de gracia y ternura ver a niños haciendo esas escenas. Sin embargo, no siempre es del todo sano, como en la vida espiritual. 

Es muy conocida la historia de nuestros primeros padres: Adán y Eva. Frente al árbol del conocimiento del bien y del mal en medio del jardín, se encuentra Eva y la serpiente; esta la engaña diciendo: Lo que pasa es que Dios sabe que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como Dios, conocedores del bien y del mal. Es interesante porque esta historia que presenta la Sagrada Escritura en sus orígenes, será la tentación recurrente en el ser humano: ser Dios, pero sin Dios.

Otro ejemplo, cuando queremos lograr algo, pero no tenemos las capacidades para ello, buscamos realizarlo a toda costa, incluso bajo el precio de hacernos daño. Sucede que esto, no solamente nos hace prescindir de la fuente de toda vida (Dios), sino también nos hace ciegos para contemplar la realidad tal cual es. 

San Agustín, obispo, nos ilumina, no solo abriéndonos los ojos para contemplar la realidad, sino también para que comprendamos la hermosura y grandeza de la Navidad, para la cual nos preparamos durante estas semanas de Adviento. Dice el sabio obispo: Él, siendo Dios, quiso ser hombre para hallar lo que estaba perdido. Tanto te oprimió la soberbia humana, que sólo la humildad divina te podía levantar. 

¡Qué grande es Dios! Tan grande que quiso hacerse pequeño. La soberbia no se cura con soberbia, sino con humildad.

En esta Navidad que se aproxima, no solamente debemos hacer el portal en nuestras casas, sino que el 24 de diciembre hemos de quedarnos con la mirada ida viendo al niño Dios,  pues fuimos iluminados de nuestra soberbia, con la luz de la humildad de aquel sol que nace de lo alto, Cristo Jesús, nuestro hermano.