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Obispo Auxiliar

Vida de fe no es completa sin vida de servicio

Mons. Daniel Blanco, Domingo XXVII del Tiempo Ordinario


La Palabra de Dios de este domingo XXVII del tiempo ordinario, recuerda una de las enseñanzas fundamentales que Jesucristo, en su camino hacia Jerusalén, deja a sus apóstoles y, en ellos, a todos los que hemos decidido seguirlo:  La vida de fe no es completa sin una vida de servicio a Dios y a los hermanos.

El profeta Habacuc, en la primera lectura, ante las amenazas de invasión por parte de Babilonia, hace un reclamo a Dios:  ¿por qué no escuchas las súplicas, por qué permites las injusticias, la violencia y la opresión, por qué no vienes a salvar a tu pueblo?

El profeta, que generalmente habla al pueblo para que vuelva su corazón a Dios, ahora está hablando a Dios para que vuelva su mirada al pueblo que está sufriendo y que siente que sus súplicas no son escuchadas.

Ante este intenso ruego del profeta, el Señor hace un llamado a tener confianza, porque el malvado sucumbirá sin remedio; y aunque parezca que tarda, la salvación llegará y el justo vivirá por su fe.

Por tanto, el llamado que Dios hace, ante la súplica del profeta, es a mantener la fe; porque a pesar de las adversidades que se van presentando y a las injusticias ocasionadas por el mal uso de la libertad que hacen algunos, el Señor promete que el bien siempre triunfará y la salvación llegará sin falta.

El papa Francisco nos recuerda al respecto:  «Es la fe la que nos da la capacidad de mirar con esperanza los altibajos de la vida, la que nos ayuda a aceptar incluso las derrotas y los sufrimientos, sabiendo que el mal no tiene nunca, no tendrá nunca la última palabra» (06.10.2019).

Esta fe, que nos hace mirar el futuro con esperanza, a pesar de las adversidades, las oscuridades e incluso el mal que afecta la vida de todos nosotros, es la que los apóstoles, en el relato del evangelio, han pedido a Cristo que les aumente.  Los apóstoles son conscientes de que la vida sin esta fe, se hace insostenible y más dura de lo que ya, de por sí, es.

La respuesta de Jesús ante esa petición es que basta tener la fe como un granito de mostaza y que así se podrán hacer grandes cosas.  Sobre este tema nos sigue enseñando el papa Francisco «La fe comparable al grano de mostaza es una fe que no es orgullosa ni segura de sí misma [?] Es una fe que en su humildad siente una gran necesidad de Dios y, en la pequeñez, se abandona con plena confianza a Él» (06.10.2019).

Por tanto, este domingo, el Señor nos está exhortando a tener fe, esa fe que nos hace sentirnos necesitados de la grandeza de Dios que nos impulsa a seguir peregrinando hacia la Jerusalén Celeste, en medio de las dificultades de este mundo.

¿Cómo podemos saber si en nuestra vida hemos logrado tener esa fe, que nos hace poner nuestra existencia en las manos de Dios y que nos permite decir que somos verdaderamente cristianos?

Jesús, en la segunda parte del evangelio nos da la respuesta.  El Maestro, inmediatamente después de hablar de la fe introduce el tema del servicio, enseñando a sus apóstoles que la fe no se queda en un ejercicio del intelecto, sino que debe concretizarse en la vivencia cotidiana de servir al hermano, como Él mismo lo ha hecho.

Y servir, como Jesús nos enseña, es un elemento esencial del cristiano, porque como indicaba la conclusión de este evangelio, la vida de entrega al hermano significa hacer lo que debemos hacer, porque no somos más que siervos, una vida en la que no servimos al prójimo, no puede llamarse una vida de fe, no puede llamarse una vida cristiana.

Por eso, como Pablo pide a Timoteo en la segunda lectura, también nosotros reavivemos el don de Dios en nuestras vidas, porque el Espíritu, desde el bautismo y la confirmación, principalmente; pero también con los demás sacramentos que nos dan la gracia santificante, nos ha dado el don de la fortaleza y del amor, con los cuales debemos dar testimonio de nuestra fe en Jesucristo y este testimonio siempre debe ser imitar al Señor en la entrega generosa de la vida, sirviendo y haciendo el bien a los hermanos.

Que la fe, aunque sea pequeña como el grano de mostaza, nos permita vivir con alegría, aún en medio de las dificultades que se van presentando, primero, porque nos sabemos salvados por el Señor y después porque testimoniamos esa certeza de la salvación, sirviendo a nuestros hermanos, especialmente a aquellos, que en medio de sus sufrimientos, más necesitan hacer experiencia del amor y del consuelo de nuestro Dios.