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Arzobispo

La Eucaristía fuente de unidad

(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano

 

En Costa Rica, como en la inmensa mayoría de los pueblos latinoamericanos, la fe cristiana se ha nutrido por el amor al Señor Jesucristo presente en la Eucaristía, Pan de vida bajado del cielo, alimento de vida eterna. 

Como los discípulos de Emaús, nos sentamos a la mesa y recibimos el pan bendecido y partido y, a pesar del cansancio y las angustias que arrastremos, nuestros ojos se abren para mirar el rostro del Resucitado y a anunciarlo vivo entre nosotros. (Cf. Lucas 24,13-35).

Al celebrar la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, superadas las restricciones sanitarias de los dos años precedentes, invito al Pueblo de Dios a retomar con entusiasmo la procesión con el Santísimo Sacramento del Altar, recorriendo nuestras calles con cantos y oraciones y expresando, pública y sinceramente, la fe y la piedad en nuestras comunidades.  "Él es el Viviente que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta entrando en nuestras casas y permaneciendo en ellas, alimentándonos con el Pan que da la vida".[1]

Fiel a su promesa: "Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,16-20), el Señor está presente en su Iglesia, en los Evangelios, en la palabra y enseñanza del Magisterio de la Iglesia. También, Cristo está presente en mi prójimo. Cristo está presente en la historia, en mi propia historia, pero, de modo especial, el Señor se hace presente en nuestra vida por obra del Espíritu Santo que, a través de los sacramentos, nos ilumina y vivifica y que tiene su cumbre en la Eucaristía, que es principio, centro y fin de toda la vida sacramental, es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo, ella es fuente y culmen de la vida cristiana.[2]

Pero la Eucaristía es, además, el gran signo de la unidad en nuestras comunidades parroquiales, pues todos participamos de una misma mesa y comemos del mismo pan. La comunión con Cristo crea la comunión de todos entre sí. Esa comunión debe ser evidente y efectiva, tal y como nos lo recuerda san Pablo: "pónganse de acuerdo, estén unidos en el amor, con una misma alma y un mismo proyecto. No hagan nada por rivalidad o vanagloria. Que cada uno tenga la humildad de creer que los otros son mejores que él mismo. No busque nadie sus propios intereses, sino más bien preocúpese cada uno por los demás. Tengan unos con otros los mismos sentimientos que estuvieron en Cristo Jesús"(Filipenses 2,3-5)

Desde la Eucaristía, los fieles deben experimentar la comunidad parroquial como una familia en la fe y en el amor, en la que mutuamente se acompañen y ayuden en el seguimiento de Cristo. La Eucaristía dinamiza la vida comunitaria,  "es el sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial. Se puede observar esto ya desde las primeras imágenes de la Iglesia que nos ofrecen los Hechos de los Apóstoles: « Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones » (2, 42).La «fracción del pan» evoca la Eucaristía. Después de dos mil años seguimos reproduciendo aquella imagen primigenia de la Iglesia".[3]

Asimismo, y este es un aspecto trascendental en momentos tan difíciles como los que atravesamos, el encuentro con Cristo en la Eucaristía debe suscitar el compromiso de la evangelización y el impulso a la solidaridad. En efecto, la eucaristía despierta en el cristiano el fuerte deseo de anunciar el Evangelio y testimoniarlo en la sociedad para que sea más justa y humana. 

De la Eucaristía ha brotado siempre una inmensa riqueza de servicio, de participación en las dificultades de los demás, de amor y de justicia. La Eucaristía recuerda, hace presente y engendra el amor verdadero del cual tanta necesidad tienen los hombres de hoy. Quien celebra la Eucaristía, no puede ser indiferente ante el dolor del hermano, porque "La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega".[4]




[1] Benedicto XVI, V Conferencia Aparecida, Discurso inaugural, pág. 15, n.4

[2] Concilo Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n.10

[3] Juan Pablo II, ECCLESIA DE EUCHARISTIA, n. 3

[4] Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 13