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El silencio de María

Una fuerza de paz

María aprendió de niña a guardar silencio. No es tan sencillo callar. 


Decía san Juan Crisóstomo: «No sería necesario recurrir tanto a la palabra, si nuestras obras diesen auténtico testimonio».


María guarda silencio. Es un silencio lleno de luz. María calla, porque aprendió a hacer silencio desde niña. Para escuchar, para aceptar, para mirar con luz en los ojos. 

María escuchó en su alma tantas veces la voz de Dios: 


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«No temas, María, espera». Y esperó. La Palabra de Dios se hizo carne en Ella. 

Se hizo voz en defensa de los pobres. Se hizo perdón pronunciado con fuerza, se hizo misericordia en brazos humanos, se hizo comprensión en una mirada que levantaba al caído.

«No temas, espera»

Yo no sé guardar el silencio de María. Ella sí calla, espera, porque una voz le dice: «No temas, María, espera».

Y Ella supo esperar con paciencia de Madre, de hija. Supo aguardar a ver lo que ocurría, porque los planes de Dios no siempre coinciden con mis planes.


María aprendió de niña a guardar silencio y nunca lo olvidó, nunca perdió la inocencia de su primer silencio, de su primer sí. 

¡Cuánto me cuesta a mí acoger los planes de Dios en silencio! ¡Cuánto me cuesta no rebelarme, gritar, protestar, demandar, cuando Dios me pide lo imposible! 

Es injusto, le digo. ¿Por qué yo? No guardo silencio, no acepto otros planes diferentes a los míos. No sé repetir las palabras de María: «Hágase en mí, según tu Palabra«. 

Para Dios todo es posible. La Palabra se hizo carne en Nazaret. Y la Palabra se hizo silencio en el Calvario. 

Por qué el silencio es necesario

A veces creo que tengo algo que decir. Siento que me tienen que escuchar. Que sepan, que entiendan. No me callo, no guardo silencio como María. Me falta esa fe ciega en un Dios providente. 

Dios me ha hecho una promesa y a mí me cuesta creer cuando no sale todo como yo espero. Necesito escuchar las palabras que María escuchaba: «No temas, María, espera».

Quiero creer que Él, con su brazo poderoso, con su misericordia, allanará el camino por el que me lleva y me dará las fuerzas. 

Necesito hacer silencio para escuchar su voz, para que no brote la amargura

Mis gritos ahogan la esperanza, matan la alegría y hacen brotar la amargura. Mis silencios me vuelven manso y humilde. 

Necesito ese silencio que choca con los gritos de los que odian, contra los golpes de los violentos, contra la rabia de los que no conocen la misericordia. 

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Aprender de María

Miro el silencio de María y me asombro. No hay rebeldía en ella. En mí sí hay rabia y odio. Grito, increpo, exijo. 

La cruz siempre supera mis fuerzas. Nunca estoy preparado para cargar con ella. Sólo me pide Jesús que confíe. Que suplique misericordia en mi corazón, callado, en silencio. 

Quisiera aprender a mirar la cruz como María, a besarla con sus besos, a acariciarla con sus caricias, a contemplarla con su silencio.

Quisiera aprender a tocar todas las heridas. Las de los hombres, mis propias heridas, con ternura, con delicadeza. 

Quisiera aprender a abrazar los fracasos sin rabia y entender que hay caminos que hoy aún no conozco. 

Necesito guardar silencio para escuchar el murmullo de Dios dentro de mi alma. Para sentir su abrazo que me susurra: «No temas, espera».

Y yo me levanto dispuesto a esperar. En silencio, aguardando, sabiendo que no estoy solo. María me sostiene en silencio. 

Y yo la abrazo y beso guardando silencio. Sobran las palabras. Sólo hace falta aprender a amar con gestos. 


Fuente: .aleteia.org