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Obispo Auxiliar

No debemos ser enemigos de la cruz

Mons. Daniel Blanco, II Domingo de Cuaresma

El camino cuaresmal que estamos viviendo es un peregrinar que tiene como objetivo el que nos preparemos para conmemorar el acontecimiento pascual, celebración principal y fundante de todo cristiano.

Uso la palabra fundante porque la Pascua de Cristo es el fundamento de nuestra fe y lo que da razón de ser a la vida de cada persona humana; porque Cristo, con su muerte y resurrección, une la vida del ser humano a su misma vida, para que muriendo con Él, resucitemos también con Él (Cfr. Col. 2, 12).

El acontecimiento pascual es el modo con el cual Dios ha querido reconciliarnos consigo y la forma con la cual ha hecho Alianza con la humanidad.  Una Alianza, como la que Dios ha sellado con Abraham y que ha sido narrada en la primera lectura, en la cual sólo Dios ha pasado por en medio de los animales descuartizados, es decir, sólo él ha asumido el compromiso de aquel pacto.

De este mismo modo, el acontecimiento pascual, realiza la Alianza Nueva y Eterna, sellada únicamente con la sangre del Mesías que se derrama en la cruz y que trae salvación para el género humano, es una alianza de la que el ser humano, sin mérito alguno, goza gratuitamente.

Por tanto, es necesario contemplar el acontecimiento pascual de manera integral, sin separar ninguno de sus elementos, la pasión, la cruz y la muerte, son el camino para alcanzar la resurrección, cada elemento es necesario, para que la Alianza sea sellada.

Esto es lo que ha querido manifestar Jesús con su transfiguración.  Cada año, durante el segundo domingo de cuaresma, escuchamos el evangelio que narra esta manifestación de Cristo, con la cual muestra su gloria a sus discípulos.

La transfiguración de Jesús, se da un momento muy preciso:  inmediatamente después de anunciar a sus discípulos su pasión y su muerte en la cruz.  Ésta es una verdad que los discípulos no quieren aceptar, no es el camino de mesianismo que ellos conocían y esperaban.  El fracaso de la cruz no entra en la idea de lo que debe ser el Mesías.

Jesús, con la teofanía del Tabor, muestra su gloria a sus discípulos y de este modo indica con total transparencia, que Él es Dios, es el hijo amado del Padre a quien hay que escuchar y que está por encima de los grandes del antiguo testamento como son Moisés y Elías.

Las palabras de Pedro, «que bien se está aquí», manifiestan que éste es el tipo de mesianismo que ellos esperaban, uno que mostrara el poder y la gloria de Dios.  Pero una vez que se escucha la voz del Padre, deben bajar del monte y continuar su camino hacia Jerusalén, donde Jesús será entregado a la muerte.

La transfiguración, será la predicación con la cual Jesús revela, una vez más, lo que significa el camino del discípulo:  Peregrinar siguiendo a Cristo, tomando la cruz de cada día y contemplando la meta, que es la resurrección.

Por tanto, siguiendo la enseñanza de San Pablo en la segunda lectura:  No debemos ser enemigos de la cruz, porque por ella somos ciudadanos del cielo, por ella nuestros cuerpos humildes serán transformados en cuerpos gloriosos como el de Cristo.  No hay resurrección sin cruz, no hay Tabor sin Calvario y por tanto no hay vida cristiana, si no se hace el camino de Cristo que implica cargar con la cruz.

Así también nos lo ha recordado el papa Francisco: « la Transfiguración de Cristo nos muestra la prospectiva cristiana del sufrimiento. El punto de llegada al que estamos llamados es luminoso como el rostro de Cristo transfigurado: en Él está la salvación, la beatitud, la luz, el amor de Dios sin límites.  Mostrando así su gloria, Jesús nos asegura que la cruz, las pruebas, las dificultades con las que nos enfrentamos tienen su solución y quedan superadas en la Pascua».

Que nuestro camino cuaresmal nos permita seguir preparándonos, uniéndonos a Cristo con la oración, la penitencia y la caridad, asumiendo nuestras cruces (dolores y sufrimientos) como elementos necesarios de este peregrinar, que como el de Cristo, culminará en la gloria de la resurrección.