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Nuestra libertad

(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano


"Para ser libres nos ha liberado Cristo. Por esto, manténganse firmes y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud" (Gal. 5, 1). De esta manera San Pablo llamaba a la atención a los habitantes de Galacia, para que vivieran la verdadera libertad en Cristo, quien por su muerte y resurrección ha regalado la salvación a la humanidad entera. 

Por la presencia del Espíritu Santo en todos nosotros, es que nos sentimos continuamente llamados a vivir nuestra realidad de personas libres, y como tal actuar en la verdadera libertad, que consiste en elegir siempre aquello que nos hace bien y que beneficia a los demás. No se trata por tanto de hacer lo que a cada quien se le ocurre, sino aplicar el discernimiento correspondiente para escoger lo bueno, elegir lo mejor para crecer espiritualmente y a su vez aportar lo mejor a la sociedad. 

En este orden es que lo consignado en el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: "Toda persona tiene derecho a la libertad del pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia", adquiere especial importancia desde el punto de vista público, en la configuración de todo orden jurídico en la sociedad, y en la nuestra no es la excepción. Respetar estas libertades con la distinción que respecta a cada una, significa respetar la dignidad de la persona desde la profundidad de su ser. 

Considero fundamental recordar en cuanto a esas distinciones, lo afirmado por el Papa Benedicto XVI, para no mezclar y llevar a confusiones que no permiten la objetividad y seriedad con que deben tratarse estos temas. Manifestó que  no se debe reducir la libertad religiosa, "como expresión de una dimensión que es al mismo tiempo individual y comunitaria", a la libertad de culto (que también debemos distinguirla de los ritos en los que el culto se manifiesta). "No se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio del culto, sino que se ha de tener en la debida consideración la dimensión pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan a la construcción del orden social".[1]

En cuanto a la libertad de conciencia cabría señalar que ésta hace referencia a ese reducto íntimo del ser humano donde se encuentran sus convicciones más profundas (religiosas, morales, ideológicas, filosóficas, políticas, etc.), fuera del alcance de cualquier poder público; es el santuario en el que se desarrolla el decisivo y absolutamente personal encuentro del hombre consigo mismo. La libertad religiosa se incluye dentro de la libertad de conciencia.

Atendiendo a este tema particular y que merece la atención de todos, es que hago referencia a la objeción de conciencia, como derecho de fundamental observancia, en atención y respeto al ser humano, tal y como se indica en Declaración de las Naciones Unidas. Por tanto, objetivamente y desde el punto de vista jurídico está bien definido y no admite manipulaciones. 

Sobre  objeción de conciencia y defensa de la vida, el Papa Francisco ha sido muy claro al afirmar: "Hoy está de moda pensar que tal vez sería una buena idea abolir la objeción de conciencia. Pero esta es la intimidad ética de todo profesional de la salud, y esto nunca debe negociarse; es la responsabilidad última de los profesionales de la salud. También significa denunciar las injusticias cometidas contra la vida inocente e indefensa.  Es un tema muy delicado, que requiere tanto una gran competencia como una gran rectitud".[2]

Es contundente la afirmación, que la objeción de conciencia no es negociable, por lo que hemos de estar atentos a continuar por los senderos de la verdadera libertad. Desde el poder no se puede imponer que alguien actúe contra lo que su conciencia le dice, en temas como el aborto, la eutanasia y otros.

Encomendemos una vez más nuestro caminar de fe a San José, hombre justo y fiel, que en todo momento se dejó guiar por la acción del Espíritu en su conciencia, y así vivió con alegría la misión que se le encomendó, como Custodio de Jesús y María.

 



[1] Benedicto XVI, Discurso Asamblea Naciones Unidas, 18 abril 2008

[2] Papa Francisco, Discurso a la Asociación italiana de farmacéuticos