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Iglesia

"Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre"

Mons. Daniel Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José


La palabra de Dios de este Domingo XXVII del Tiempo Ordinario nos mueve a reflexionar acerca de la dignidad con la cual el Señor hacedor de todo ha formado al ser humano, desde el primer momento de su creación.

El libro del génesis, narra, con elementos y figuras muy elocuentes ?no necesariamente históricas? el modo cómo Dios creó al ser humano.  Específicamente el relato proclamado este Domingo, nos muestra la narración de la creación de la mujer.

Esta narración nos permite evidenciar que cada persona humana ha sido creada por Dios con la misma dignidad.

Por tanto la mujer también ha sido creada por Dios con la misma dignidad que el varón, sin que uno u otra tenga un rango de superioridad.

Lo primero que indica este relato es que la mujer es formada de la costilla del varón, es decir de un hueso tomado del tórax y que cubre y protege el corazón y otras órganos vitales, es decir la mujer es tomada del lugar donde residen los sentimientos y la vida, lo que la pone al mismo nivel que el varón.

Segundo, las palabras de Adán al ver a la mujer son esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne.  La mujer es vista por el varón cómo igual a él y la única, entre toda la creación, que podrá asumir junto a él la misión de cuidar la creación que Dios había puesto en sus manos.

Y tercero, el nombre que se le impone es mujer en hebreo ishá que es el correspondiente femenino de varón ish.  El nombre muestra la igualdad en dignidad, capacidad y filiación divina y muestra asimismo, la diferenciación biológico-sexual que nunca es predominio de uno o de otra.

Estos tres elementos dejan claro que Dios ha creado a cada persona humana con la misma dignidad y es en el respeto de esta dignidad, que también llama al varón y a la mujer a unirse para formar una sola carne, es decir una unión conyugal vivida en amor, respeto y ayuda mutua, que será signo del amor del Dios creador por la humidad.

Esta unión conyugal, pensada y creada por Dios desde el principio es lo que Cristo ha elevado al grado de sacramento cuando en su respuesta a los fariseos, en el evangelio de este Domingo, deja claro que en la intención de Dios nunca estuvo la idea del divorcio y que lo permitido por Moisés fue una concesión al pueblo que era incapaz de respetar la ley de Dios.

Jesús afirma y manda que lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre, dejando claro que esa unión del varón y la mujer que forman una sola carne y que viven el amor, el respeto y la ayuda mutua, es signo en el mundo del amor de Dios que es eterno y perfecto y por tanto esa unión es indisoluble.

Es indispensable dejar claro, que esa unión conyugal del varón y la mujer, elevada por Cristo a sacramento, debe vivirse como tal en medio del mundo, es decir siendo signo del amor de Dios, viviendo el respeto muto de la dignidad con la cual se ha creado al varón y a la mujer.  Esto, ciertamente no siempre es fácil, por eso se hace necesario recurrir a todas los modos naturales y sobrenaturales para llevar adelante la vida matrimonial.  La oración, la consejería, la vida sacramental son herramientas indispensables para llevar que el matrimonio sea, verdaderamente la unión conyugal querida por el Creador (Cfr. San Juan Pablo II, Discurso a la Rota Roman, 05.02.1987).

Tan importante es el respeto de la dignidad con la cual la persona humana ha sido creada por Dios, que cuando ésta, en la vivencia del matrimonio, está comprometida, y todos los modos naturales y sobrenaturales no han logrado nada, la Iglesia ve un motivo legítimo para la separación (Cfr. CIC 1153).

Jesús, también defiende esta dignidad con la cual cada ser humano ha sido creado por Dios, en el pasaje del evangelio de Marcos que se proclama este Domingo, con el gesto de defender a los niños, pedir que no los alejaran y bendiciéndolos con la imposición de manos.

Los niños, estaban en ese momento, en una posición muy baja en la escala social de aquella época, no eran objeto de derecho y dependían absolutamente y,  en algunos casos, incluso abusivamente, de sus padres.  Cristo, al disgustarse con sus apóstoles por el rechazo que hicieron contra los niños y con su gesto de bendición y cercanía hacia estos, deja claro que cada ser humano, desde su concepción goza de dignidad y debe ser objeto de respeto, defensa y cuidado por parte de quienes somos sus hermanos.

Éste debe ser el compromiso al que la palabra de Dios de este Domingo nos lleve:  Que cuidemos y respetemos la dignidad de cada persona, especialmente aquellos con los que nos relacionamos más de cerca, en la vida matrimonial, familiar, laboral, educativa.  Que podamos ver en cada ser humano, la mano creadora y amorosa de Dios.