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Iglesia

El Reino de Dios actúa en medio del mundo

(VIDEO) Mons. Daniel Blanco Méndez


Después de algunos meses en los cuales hemos vivido los tiempos litúrgicos de la Cuaresma y de la Pascua, y las solemnidades de la Santísima Trinidad y del Cuerpo y la Sangre de Cristo, retomamos hoy los domingos del Tiempo Ordinario.

En este tiempo litúrgico, a diferencia de los llamados tiempo fuertes, centramos la mirada, no en un acontecimiento específico de la vida de Jesucristo, sino que tenemos la gracia de contemplar, a la luz de la Palabra de Dios, la totalidad del misterio salvífico, a través de la vida pública de Cristo, es decir de su predicación, de sus milagros, de sus gestos de compasión y de sus acciones misericordiosas.

Hoy, esta acción de Cristo se centra en la predicación sobre el Reino de Dios.  Jesús, por medio de dos parábolas y a partir de elementos de la cultura agrícola, explica cómo el Reino de Dios actúa en medio del mundo.

Jesús utiliza en ambas parábolas la figura de la semilla, la primera es una semilla cualquiera que es sembrada en la tierra y que por sí sola germina y crece hasta dar fruto.  Hay una acción del sembrador, él es quien siembra, tendrá que cuidar la tierra, quitar la mala hierba y al final le corresponderá recoger los frutos.  Pero la acción dinámica que hace que la semilla germine, crezca y dé fruto no dependerá del sembrador sino de una fuerza superior en la que éste confía y espera.

Esto es precisamente lo que es el Reino de Dios:  es la acción transformadora de Dios que actúa en el silencio y que toma las pequeñas acciones que el ser humano puede realizar y las hace dar frutos que serán bendición para todos.

Ya, en el Antiguo Testamento, el profeta Ezequiel hablaba de la acción de Dios que es capaz de transformar y dar vida.  El profeta manifiesta que Dios pudo tomar un retoño de un gran cedro y sembrarlo en lo alto de Jerusalén, para que fuera el más alto y frondoso de los árboles del campo y se convirtiera en un lugar desde donde brota vida porque incluso los pájaros pueden anidar en sus ramas.

Este pasaje hace referencia al regreso a la Tierra Prometida del pueblo elegido desterrado en Babilonia y manifiesta claramente que la acción salvífica está en manos de Dios, que Él puede restaurar, salvar y dar nueva vida al pueblo que está sufriendo.

Esta acción de dar vida está recogida en la segunda parábola.  Jesús habla de una semilla en específico, la semilla de mostaza, la más pequeña de todas las semillas, pero que se convierte en el mayor de los arbustos, en el que incluso los pájaros pueden anidar en sus ramas.

El Papa Benedicto XVI explica de manera muy hermosa esta segunda parábola.  Nos dice el papa emérito «a pesar de su pequeñez, (la semilla) está llena de vida, y al partirse nace un brote capaz de romper el terreno, de salir a la luz del sol y de crecer hasta llegar a ser «más alta que las demás hortalizas» (cf. Mc 4, 32): la debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su potencia. Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón, por los que no confían sólo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios, por quienes no son importantes a los ojos del mundo; y, sin embargo, precisamente a través de ellos irrumpe la fuerza de Cristo y transforma aquello que es aparentemente insignificante» (Ángelus, 17.06.2012).

El Señor, reitera, en esta segunda parábola, que tomando lo que desde nuestra pequeñez podemos aportar, Él puede hacer grandes maravillas:  hace que su Reino vaya creciendo, vaya abarcándolo todo y vaya dando vida nueva y salvación al mundo entero.

Estas parábolas, hoy nos hacen volver la mirada a Dios y reconocer que la construcción del Reino es obra solamente suya; pero que Él cuenta con nuestro aporte, posiblemente pequeño y pobre como las semillas de las parábolas, pero que en las manos de Dios, en su acción que todo lo transforma, este aporte permitirá que el Reino crezca y dé vida y salvación a tantos que lo buscan y lo necesitan.

Hoy hemos reconocido en la Oración Colecta, que nuestra humana debilidad no puede nada sin la gracia de Dios, por esto, confiemos nuestra vida al Señor, a su gracia, para que su fortaleza, en medio de nuestra pequeñez, nos permita ser colaboradores en la construcción del Reino y que toda nuestra vida contribuya a que la acción de Dios continúe transformando la historia y la vida de toda persona humana.