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Iglesia

Centenario de la Provincia Eclesiástica

Homilía de Mons. José Rafael Quirós, Arzobispo Metropolitano

 

HERMANOS, con inmenso gozo en el Señor, hemos sido convocados como Asamblea Santa, para celebrar a Jesucristo, principio y fin de nuestra historia. Fue el 16 de febrero de 1921, cuando el Papa Benedicto XV mediante la bula "Praedecessorum nostrorum" erige la Provincia Eclesiástica de Costa Rica, fecha que nos habla del amor del Señor hacia nosotros como Iglesia y como sociedad civil. De manera que, nuestra presencia hoy aquí en la Catedral Metropolitana, tanto de servidores de la sociedad civil, como pastores y fieles laicos, expresa lo que ha caracterizado el caminar de nuestra Patria. 

En la Palabra de Dios proclamada percibimos cómo la presencia del Señor en la historia de la humanidad es y será una presencia amorosa, que se adelanta a los acontecimientos mediante acciones muy concretas. Es así, cómo de la envidia de los hermanos de José, hijos de Jacob, que lo vendieron a unos mercaderes y lo llevaron a Egipto, Dios se sirve para hacer de José el hombre más importante de Egipto, quien con su docilidad a la sabiduría divina, dio respuesta a la tragedia de la hambruna que hubo en Egipto y en el mundo conocido. 

Se destaca la figura de este hombre de Dios ejerciendo el poder que se le otorgó en favor de todos los necesitados, nacionales y extranjeros: "Como el hambre se había extendido por todo el país, José abrió los graneros y distribuyó raciones a los egipcios, ya que el hambre se hacía cada vez más intensa. Y de todas partes iban a Egipto a comprar cereales a José, porque el hambre asolaba toda la tierra".  Es que el amor de Dios alcanza para todos, no hace diferencias pues no tiene fronteras. A esto es llamado quien ejerce el poder, y también todo ser humano como hijo de Dios que reconoce en el otro a un hermano. 

José de Egipto, ese soñador que se condujo, en todo momento, por lo que Dios le indicaba, se convirtió en un instrumento de caridad y justicia, alguien que, superando los impulsos meramente humanos, fue fiel a su Dios.  De la misma manera, José de Nazareth, según se le indicó en sueños, respondió cabalmente en los momentos trascendentales de su vida. Desde joven, en el núcleo de su familia, aprendió a vivir conforme a la voluntad de Dios, asistiría asiduamente a la sinagoga y estudiaría la Torah como fiel creyente que era. Obviamente, la bondad de José, su serenidad al actuar, su silencio y compromiso no son improvisados, sino que responden a un camino de fe recorrido. Era un conocedor de las Escrituras, razón por la cual, vemos en él a un hombre de fe y, por consiguiente, de firmes convicciones.

El Papa Francisco en la homilía de inicio de su Pontificado nos presenta a José ejerciendo la custodia de Jesús y María,  de esta manera: "Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad  total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús".

Análogamente, nos lo presenta en la Carta "Patris corde", cuando dice: "Sabemos que fue un humilde carpintero (cf. Mt 13,55), desposado con María (cf. Mt 1,18; Lc 1,27); un «hombre justo» (Mt 1,19), siempre dispuesto a hacer la voluntad de Dios manifestada en su ley (cf. Lc 2,22.27.39) y a través de los cuatro sueños que tuvo (cf. Mt 1,20; 2,13.19.22). Después de un largo y duro viaje de Nazaret a Belén, vio nacer al Mesías en un pesebre, porque en otro sitio «no había lugar para ellos» (Lc 2,7)".

Es el hombre joven, que lo arriesga todo por cumplir la misión encomendada, tal cual se nos narra en el texto del Evangelio, donde descubrimos a José como defensor de la vida de su hijo ante la amenaza de Herodes que quería asesinarlo. Se nos ofrece así, un ejemplo para actuar hoy cuando hay enemigos declarados de inocentes no nacidos por considerarlos, vilmente, una amenaza, un producto que se debe desechar. Sobre esta tragedia, el Papa Francisco nos ilumina: ?Un enfoque contradictorio permite también la supresión de la vida humana en el seno materno en nombre de la salvaguardia de otros derechos. Pero, ¿cómo puede ser terapéutico, civil o simplemente humano un acto que suprime la vida inocente e indefensa en su inicio? Yo os pregunto: ¿Es justo deshacerse de una vida humana para resolver un problema? ¿Es justo alquilar a un sicario para resolver un problema? No se puede, no es justo deshacerse de  un ser humano, aunque sea pequeño para resolver un problema. Es como alquilar un sicario para resolver un problema.?

Hoy, cuando celebramos el centenario de la Provincia Eclesiástica, reconocemos  la presencia de ese mismo José en nuestro caminar eclesial y como país. Él nos ha animado y nos anima a vivir con fidelidad y convicción los auténticos valores. Así recordamos que por la presencia de los frailes franciscanos en Talamanca, es que en 1705 nace el poblado San José Cabecar, le sigue en 1748 la fundación de San José de Pejibaye "en las orillas del río Pejibaye". En  1756, comienza la construcción de la iglesia y convento de Orosi, bajo el patrocinio de San José, desde donde continúa la expansión de la devoción del Patriarca hacia la Boca del Monte. 

En relación con el poblado de San José, la "Boca del Monte" se menciona por primera vez en un documento de 1708. Era una planicie situada entre los ríos Torres y María Aguilar.  Por bondad del Señor, la "Ayuda de Parroquia de San José en la Boca del Monte del Valle de Aserrí", fue creada el 21 de mayo de 1737, cuando se nombra al P. José Hermenegildo Alvarado y Jirón como coadjutor. En 1738 el Vicario General y cura de Cartago, el P. don José de Vidaurre  autorizó al P. Manuel Casasola Córdoba que bendijera la ermita ?Ayuda de Parroquia y en julio de ese año se celebraron los primeros bautismos. Esta primera capilla estuvo ubicada en el lugar que hoy ocupa la Tienda Scaglietti, al costado este del Banco Central.

Siendo cura párroco de San José, el Padre Manuel Antonio Chapuí, ordenó construir una nueva iglesia de adobes para la Parroquia, siempre en honor al Patriarca San José "ahora en la ubicación actual de la Catedral Metropolitana" templo que fue elevado al rango de Catedral diocesana, el 28 de febrero de 1850, con la erección de la Diócesis.

 A inicios de 1755, el Alcalde de Cartago, Tomás López del Corral, ordenó a todos los moradores del Valle, que construyeran su casa en el centro del pueblo, "bajo la campana de la iglesia de la Ayuda de Parroquia de San José", con penas severas para los que no cumplieran la orden.

El 13 de setiembre de 1951, la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica declara el 21 de mayo de 1737 como fecha oficial de la fundación de la ciudad de San José. Es evidente cómo, históricamente, está más que atestiguado y definido que el origen de la ciudad de San José va de la mano con la advocación josefina.

Se tiene evidencia que los fieles han invocado el nombre del Santo Patriarca en momentos de dificultad, sea por una plaga "como la de la langosta" o por una peste "como la del cólera". En 1874, el país se ve azotado por la epidemia, de tosferina. En esa oportunidad, se solicitó la autorización para realizar una procesión que se extendió de la Iglesia de la Merced a la de El Carmen, en rogación a la Virgen de las Piedades y al Patriarca San José. Por ello hoy de manera especial, invocamos la intercesión de San José, ante la pandemia que nos está azotando.

Un hecho importante de mencionar, es que al regreso de las tropas que participaron en la batalla de 1856, el 18 de mayo de 1857, se dirigieron a la Catedral diocesana para celebrar un "Te Deum", y el Patriarca San José fue designado "capitán de las milicias josefinas".

Por estas referencias históricas de nuestro caminar como Iglesia y como sociedad civil, qué significativo sería que siendo la ciudad de San José, capital de la República, creo que la única capital del mundo que lleva el nombre del Santo Patriarca, como única nuestra Arquidiócesis que lo tiene por patrono, se rescatara el feriado nacional.

Como creyentes, este centenario de la creación de la Provincia Eclesiástica de Costa Rica, no podemos verlo como un simple acto histórico administrativo de la autoridad suprema, sino, que la voluntad salvífica del Señor se nos ha manifestado. Pues, la existencia a partir de ese 16 de febrero de 1921, de tres diócesis, cada una con su obispo lo demuestra, dado que el obispo  "por estar revestido de la plenitud del sacramento del orden, es el administrador de la gracia del supremo sacerdocio, sobre todo en la Eucaristía que él mismo celebra o procura que sea celebrada y mediante la cual la Iglesia vive y crece continuamente". (L. G. 26).

El Obispo por tanto, no es un simple administrador al frente de una empresa, al estilo de cualquier empresa lucrativa, sino un sucesor de los apóstoles enviado por el Señor, para apacentar el rebaño, santificarlo y guiarlo a los mejores pastos de la salvación. "Así, los Obispos, orando y trabajando por el pueblo, difunden de muchas maneras y con abundancia la plenitud de la santidad de Cristo. Por medio del ministerio de la palabra comunican la virtud de Dios a los creyentes para la salvación (cf. Rm 1,16), y por medio de los sacramentos, cuya administración legítima y fructuosa regulan ellos con su autoridad, santifican a los fieles". (L.G. 26).

Durante todos estos años en  cumplimiento de la misión encomendada, han sido grandes los esfuerzos pastorales que se han hecho en la tarea evangelizadora, mediante la catequesis como proceso de toda la vida, formación de los agentes de evangelización, planes pastorales, celebración de sínodos, elaboración y publicación de cartas pastorales, esfuerzos importantes en la formación y especialización del clero. Fundación de centros educativos y presencia en la educación, el servicio a los más pobres y vulnerables.

Por la presencia y acción del Espíritu y la misión realizada por los pastores y fieles, es que durante estos cien años la acción evangelizadora se ha llevado a cabo en nuestra Iglesia, con incidencia particular en la transformación de la sociedad. Es importante tener memoria histórica del aporte de todos los arzobispos, Monseñor Otón Castro, Monseñor Víctor Sanabria, Monseñor Rubén Odio, Monseñor Carlos Humberto Rodríguez, Monseñor Román Arrieta, Monseñor Hugo Barrantes, y de todos los Obispos en todas las diócesis.

Por ello, hoy también damos gracias al Señor, por gozar de una cultura fundada en valores cristianos que nos permite amar la paz y rechazar todo tipo de violencia. Sembrar solidaridad antes que cultivar la injusticia, preferir invertir en educación antes que en armas. Apreciar y defender el regalo del Código de Trabajo y Garantías Sociales, forjado todo desde la Enseñanza Social de la Iglesia, lo mismo que la seguridad social, plasmada en la Caja Costarricense de Seguro Social, la capacidad de diálogo entre los distintos sectores de la sociedad. La defensa del derecho al trabajo y de los trabajadores, el justo salario que todos merecen. 

Siguiendo el ejemplo de San José, que en sueños escuchó que Dios por medio del ángel le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque el Niño que se ha engendrado en ella es del Espíritu Santo" (Mt. 1, 20), y José inmediatamente obedeció, colocando el plan de Dios por encima de su propio plan, y de esa manera colabora con nuestra salvación. Igualmente obedeció cuando se le indicó: ?Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto, donde estuvo hasta la muerte de Herodes" (Mt. 2, 13). Estando como migrante en Egipto de nuevo se le dice: "Levántate, toma al niño y a su madre, y vuelve a la tierra de Israel, pues ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño. Él se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en la tierra de Israel". (Mt. 2, 20).

Hoy nos corresponde a nosotros escuchar la Voz de Dios que nos invita a elegir siempre lo mejor, y de esa manera soñar. Soñemos con una sociedad más equitativa, estos no son momentos para buscar beneficios o hacer cálculos políticos, sino el tiempo para ofrecer las mejores ideas y tomar las mejores decisiones en orden a la reactivación económica, apoyando a los emprendedores, sobre todo a los pequeños. 

Es la hora, como lo hizo San José, de convencerse que la cultura de la vida es el verdadero camino del progreso, porque la mirada se fija en el horizonte infinito. Todo lo contrario la cultura de la muerte que se queda en la podredumbre, inanición y oscuridad del sepulcro. Soñemos con una Costa Rica más unida, no permitamos que personas o grupos siembren la polarización como arma política de sus intereses, que sepamos interpretar sus mensajes y acciones y no caigamos en su trampa. No le tengamos miedo al bien, ni a la fuente de todo bien que es Dios mismo.

Por ello les invito a que, como una sola familia, nos dispongamos para sentarnos a la Mesa de la Salvación, a la que hemos sido invitados todos como hermanos e hijos de Dios.

 

 

ASÍ SEA.