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Iglesia

Amar a Dios y amar al prójimo

(VIDEO) Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José. XXX Domingo del Tiempo Ordinario


En este Domingo XXX del Tiempo Ordinario, con mucha humildad, confianza y alegría hemos rezado y hemos reconocido con el Salmo que el Señor es nuestro Refugio.

Esta verdad tan importante de nuestra fe en Dios, la podemos constatar en lo que Yahweh ha dicho al Pueblo de Israel y que hemos escuchado en la Primera Lectura del Libro del Éxodo.

El llamado que hace el Señor es a respetar al extranjero, a no explotar a la viuda ni al huérfano y a no ser usurero con quienes necesitan un préstamo.  Este llamado de Dios está fundamentado en que estas personas están en una situación de desamparo, no tienen a nadie que los ayude o los defienda y ante el daño que se les pueda causar con una injusticia, Él mismo se presenta como aquel que va a defenderlos, va a rescatarlos, porque Él será su refugio y Él escucha el clamor del que sufre porque es misericordioso.

Esta referencia de cómo Dios ama al ser humano y cómo manifiesta ese amor de manera particular al más débil, será la base de la respuesta de Jesús a la pregunta del maestro de la ley en el evangelio.

¿Cuál es el mandamiento más importante? Es la pregunta que se le hace a Jesús.  La respuesta de Cristo, conocida por todos, es un compendio de dos leyes del Antiguo Testamento, una del Deuteronomio y otra del Levítico.  Amar a Dios y amar al prójimo, y esto es el fundamento de toda la ley y los profetas.

Este amor va más allá de algo meramente afectivo, tiene que ver más bien con un comportamiento concreto hacia el otro, hacia Dios que es el totalmente Otro (como lo llama Karl Barth) y hacia el otro que es el prójimo.

Amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con toda el alma, significa amarlo con la totalidad de la vida, con la totalidad del ser.  Es decidirse por Dios totalmente, es confiar en su palabra, en sus enseñanzas, en su doctrina, y dejar que esta palabra marque el caminar de nuestra vida y guíe la totalidad de nuestro ser, es amar lo que Él nos manda, como lo hemos pedido en la Oración Colecta.

Amar a Dios, por tanto no es sólo algo que se diga, sino que se manifiesta en el actuar de cada día, siendo el amor la carta de identificación del cristiano.

Por esto mismo, el amor a Dios no puede separarse del amor al prójimo, porque si amar a Dios significa entregarme totalmente a su voluntad, precisamente su voluntad es que seamos cercanos al hermano y, como nos lo ha recordado la primera lectura, de manera especial, ser cercanos a los hermanos que más sufren y que menos posibilidades tienen de salir adelante por sí mismos.

Jesús es claro y esto ha sido una de las grandes novedades de su evangelio, el amor no puede separarse.  Amar a Dios nunca puede separarse del amor al prójimo. Eso no es cristiano, esa no es la enseñanza de Cristo.

El amor a Dios con todo nuestro ser, se ve reflejado en mi relación con Dios en la oración, en la vida sacramental, en el tiempo que dedique a fortalecer mi vida de fe, a la lectura de la Sagrada Escritura, etc.  Aquellas acciones que podemos llamar de piedad.

Pero ese amor a Dios con todo nuestro ser, con toda nuestra vida, si quedara únicamente en las acciones piadosas, se volvería un culto vacío.  La vida de piedad, la vida sacramental, mis ratos de oración, serán encuentro con el Dios Amor y el modo donde tomo la fortaleza para llevar la vivencia del amor a otro nivel, es decir en mi capacidad de amar al hermano, mi cercanía al que sufre y mi perdón al enemigo.

De manera particular, la sagrada eucaristía, es vínculo de unión fraterna.  Si la celebración de la Santa Misa no nos lleva a amar al hermano, la estaríamos vaciando totalmente de contenido.

Hoy San Pablo, en la Segunda Lectura, nos presenta el ejemplo de la comunidad de Tesalónica, que se hicieron imitadores de Cristo, han aceptado la palabra de Dios y han dado ejemplo y testimonio de la fe.

Vivir el amor como Cristo, será lo que nos identifique con Cristo y lo que hará hoy que nuestras comunidades den testimonio de la fe.

Por tanto hermanos, hagamos de nuestra vida una constante vivencia de amor, aún en medio de las situaciones difíciles que estamos viviendo.  Una vivencia de amor que nos haga uno con Cristo, que nos identifique con Cristo, que nos haga experimentar que Él es nuestro refugio.  Esto nos dará la fortaleza para amar como Cristo lo haría y daremos testimonio de la fe haciéndola más creíble y más atrayente.

Que la fuerza de la Eucaristía y la guía de su Palabra nos permita vivir y dar testimonio de esta palabra que hoy nos ha interpelado.