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Obispo Auxiliar

Modelos de santidad

Cerremos el mes de la juventud con dos grandes modelos de santidad. Comentario del Pbro. Ronald Fallas Barboza

Estamos concluyendo ya el mes de julio, mes dedicado a reflexionar, acompañar y propagar el maravilloso tesoro de la juventud en la Iglesia y en el mundo. Y dentro de las memorias litúrgicas con que cerramos este mes están: Santa Marta (29 de julio) y San Ignacio de Loyola (31 de julio).

Quisiera aprovechar la riqueza de la vida de estos santos que nos acompañan en nuestro peregrinar y además interceden por nosotros ante Nuestro Señor Jesucristo, tomando algunos elementos de sus vidas para que iluminen con su testimonio a nuestros jóvenes y con ellos a la Iglesia entera.

Primeramente, nos referimos a Santa Marta. Pero, ¿quién fue esta mujer? Para conocer a Santa Marta es necesario escudriñar los relatos evangélicos donde es mencionada esta mujer. De fuerte temperamento, Santa Marta era amiga de Jesús, y vivía en Betania, un humilde poblado cercano a Jerusalén, junto con su hermana Marta y su hermano Lázaro, a quien Jesús levantó milagrosamente del sepulcro. Su casa, su familia, era muy visitada por Jesús y sus discípulos, ya que el Señor aprovechaba cada subida a Jerusalén para pasar a visitar a sus queridos amigos.

Marta y sus hermanos, amigos de Jesús, que privilegio. Y además se hospedaba frecuentemente con ellos. Bueno, esta hermosa experiencia ha de ser continuamente la de nuestros jóvenes, tener por amigo entrañable a Jesús, conocerle, hablarle, abrazarle, compartirle las confidencialidades. Hoy nuestros jóvenes urgen de relaciones fiables y cercanas. Pues hagan como Marta y sus hermanos, tengan como amigo a Jesús. Además, Marta se afanaba en atender espléndidamente a Jesús y sus compañeros. Que los jóvenes de nuestro tiempo no escatimen esfuerzos por atender al Señor y brindarle lo mejor de cada uno, haciendo de Él su huésped permanente. 

La escena evangélica más conocida de Santa Marta es cuando Jesús le llama la atención por estar tan ocupada en las atenciones de la casa. Una sola cosa es necesaria, le dice el Señor. Las corrientes y modas pasajeras de estos tiempos mantienen a los jóvenes muy ocupados. Una sola cosa es suficiente, queridos jóvenes, estar a los pies de Jesús, intimidar con Él, escucharle, contemplarle. Hace falta tiempo entre las ocupaciones del día a día para dedicar al Señor. Hagamos nuestras las palabras que el Señor dirigió a Santa Marta y tengamos un encuentro vivo y real con el Señor.

Pasemos ahora a la segunda figura que les propongo como modelo de santidad, San Ignacio de Loyola, el gran santo español fundador de la Compañía de Jesús, o como los conocemos más comúnmente, los jesuitas. Pues resulta que como sucedía con Santa Marta, nuestro querido Íñigo, ese era su verdadero nombre, estaba bastante ocupado entre las cosas de este mundo y muy despreocupado del Señor. Su vida se debatía entre la milicia y la caballería, es decir, un corazón bastante bélico, sumado a las distracciones del mundo propias de su época. 

Pues entre su ir y venir en las batallas, una bala de cañón lo hiere gravemente en una de sus rodillas. El inquieto y aventurero Ignacio ahora tendrá que pasar mucho tiempo en reposo para lograr recuperarse, con tan mala suerte que su rodilla no iba nada bien y hubo que volverla a quebrar para que sanara un poco mejor. Todo ese tiempo en cama lo siguió gastando en batallas y caballerías, solo que, desde los libros, hasta que en una ocasión llegó a sus manos un texto que hablaba sobre Jesús. 

Aunque la lectura sobre Jesús no se le hacía tan agradable, a poquitos le fue tomando gusto y mientras se recuperaba su vida fue tomando un giro inesperado. Aquél Jesús del que había leído estaba conquistando su corazón. Ahora la batalla era contra él mismo y era necesario vencerse para seguir a Jesús. Una vez dejado su lecho de recuperación, inicia un caminar distinto, y no lo digo porque haya quedado renco de por vida, sino porque ahora sigue a Jesús, su Señor y Salvador. Y el Señor, que moldea como el alfarero el barro de cada vida humana para hacer de cada cual su servidor, hace de la vida de San Ignacio un estupendo instrumento de vida consagrada al servicio del Señor, para su mayor gloria. Y aún sigue brillando con el esplendor de Cristo este gran santo del siglo XVI en España, siglo que nos dejó grandes santos en la Iglesia.

Que el concluir este mes dedicado a la juventud no implique esperar que llegue otro mes de julio para volver a poner la mirada en los jóvenes. Como los santos, ellos simplemente están allí y también como los santos quieren brillar con la luz de Cristo, como Santa Marta y San Ignacio. Nuestros jóvenes son miembros vitales en la Iglesia y en el mundo, son el presente, como Cristo, el eterno presente. Oremos por ellos y acompañémoslos porque tienen mucho que darnos y enseñarnos. Adelante queridos jóvenes, Cristo viene con nosotros y nos quiere santos.