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Iglesia

Las riquezas solamente se pueden encontrar en Dios.

Mons. Daniel Francisco Blanco Médez, XVII Domingo del Tiempo Ordinario


Hemos venido escuchando los últimos domingos el capítulo 13 del evangelio de San Mateo, donde Jesús nos presenta distintas parábolas sobre el Reino. Nos ha dicho que el Reino es acogido de distintas maneras, según el corazón de cada ser humano (parábola del sembrador), que ese Reino se desarrolla entre el bien y el mal (parábola del trigo y la cizaña) y que ese Reino se caracteriza por la forma misteriosa en que Dios actúa siendo fermento y dando vida (parábolas de la levadura y la semilla de mostaza). 

Hoy, en las últimas parábolas de este discurso, Jesús nos dice que aquel que logra descubrir la grandeza de ese Reino, será capaz de desprenderse de todo, incluso de lo que pareciera más valioso a los ojos humanos, para quedarse con las riquezas que solamente se pueden encontrar en Dios. 

La Liturgia, nos presenta, junto a este texto evangélico, el pasaje del libro de los Reyes, en el cual Salomón, consciente de su pequeñez ante la grandeza de su misión como rey de Israel, no pide las grandezas humanas que un soberano buscaría conseguir (riquezas, conquistas, poder económico y militar), sino que pide sabiduría para poder llevar adelante su reinado y, según la voluntad de Dios, discernir entre el bien y el mal y ser un gobernante justo. 

Esa sabiduría de Salomón, de entender qué es lo realmente importante, es precisamente lo que las parábolas nos quieren hoy enseñar. Ante elementos de gran riqueza, se es capaz de dejar todo lo que antes se tenía para adquirir el campo con el tesoro escondido o para comprar la perla preciosa. Porque aquello que se ha encontrado es más valioso que todo lo que anteriormente se poseía. 

Eso es el Reino. Quien descubre la riqueza del Reino, descubre que todo lo que ha tenido no se compara con lo que Dios nos da, que absolutamente nada puede darnos la felicidad que encontramos en Dios, que nada ni nadie puede satisfacernos en plenitud, sino sólo Dios, su amor y su misericordia. Por eso deshacerse de todo para poder adquirir lo que el Reino nos da, no causa tristeza, ni sufrimiento, al contrario, llena el corazón de la plena y auténtica alegría, la que da encontrar a Cristo, el verdadero tesoro, la perla invaluable. Abandonarlo todo para poseer el Reino de Dios, es lo que dará plenitud a nuestra vida. 

Nos decía San Pablo en la Segunda Lectura, que para los que aman a Dios todo le sirve para bien. El apóstol puede decir eso, precisamente porque él ha hecho esa experiencia, para él su todo es Cristo, su vida es Cristo, incluso llegará a decir que, por su amor lo he perdido todo, y todo lo tengo por basura, para ganar a Cristo (Flp. 3, 8). 

San Pablo sufrirá mucho, pasará persecución, cárcel, enfermedades, naufragios, pero puede decir todo me sirve para bien. Su tesoro es Cristo, su alegría es Cristo, lo ha dejado todo para quedarse con lo que realmente llenó su corazón. Todo lo vivido tiene sentido porque se ha quedado con las riquezas del Reino. 

La palabra de este Domingo, es un llamado al compromiso cristiano de optar por el Reino. Es decir optar por Cristo y ser capaces de encontrar en Él la verdadera felicidad. 

El ser humano, busca constantemente la felicidad y esa felicidad se ofrece en el mundo, de múltiples formas (poder, placer, tener). Pero todas estas formas que se ofrecen como felicidad, o muchas veces no se alcanzan, o si se alcanzan siempre serán pasajeras, y al pasar, termina también la felicidad. 

Por eso, hoy lo que pedimos, como lo hizo Salomón, es sabiduría, para lograr encontrar la auténtica felicidad, ese tesoro invaluable por lo que con alegría somos capaces de dejarlo todo, porque sabemos que nunca, nada ni nadie podrá arrebatárnoslo. Esa felicidad es Cristo, su Reino de paz, de justicia, de solidaridad, de amor. Es la perla preciosa que llena el corazón a plenitud. 

Por eso, además de ser un llamado al compromiso con el Reino, la palabra de hoy es un llamado de esperanza en medio de las situaciones difíciles que estamos viviendo. 

Todos en mayor o menor medida estamos pasando situaciones dolorosas, todos tenemos amigos que están enfermos o nosotros mismos hemos pasado por la enfermedad, todos hemos perdido algún ser querido o al menos algún conocido, todos vivimos con la zozobra de qué va a suceder, nos hemos sentido solos y sin ánimos, en fin estamos viviendo momentos difíciles. 

Pero en medio de esto, hoy la Palabra quiere recordarnos que nada de lo que estamos viviendo será definitivo, nada de lo que está pasando podrá acabar con la promesa de Cristo ni con la verdad de su Reino. Todo lo que estamos viviendo hace más actuales las palabras de Pablo, para los que aman a Dios todo le sirve para bien, porque todo esto ?que sabemos va a pasar? deberá dejarnos de enseñanza qué es lo realmente valioso, qué es realmente lo que cuenta y qué es realmente lo que llena el corazón de plenitud, realización y felicidad. 

Lo que estamos viviendo nos enseña que nada de este mundo es permanente, nada de este mundo da la felicidad auténtica, que lo realmente valioso, ese tesoro invaluable, esa perla preciosa, sólo lo encontramos en el Reino anunciado e instaurado por Cristo, en sus valores, que son los valores que Jesús nos pide hoy vivir y por los que debemos dejarlo todo. Esta es la enseñanza que hoy la Palabra de Dios nos deja y que en el momento presente se hace más actual que nunca. 

Que nuestra felicidad sea Cristo y que aún en medio del sufrimiento que estamos viviendo, el tesoro invaluable del Reino nos llene de esperanza y confianza para que todo esto sirva para nuestro bien.